Historia de una foto

Retrato de Carlos Saura.
Retrato de Carlos Saura.
Carlos Moncín

En la casa de Carlos Saura en la sierra madrileña, las cámaras de fotos ocupaban casi más espacio que los retratos familiares y los premios obtenidos –los Osos de oro y de plata de Berlín, la Rosa de Montreux, el Gran Premio especial del jurado de Cannes, los Goya...–. 

El cineasta era un apasionado de la fotografía, la afición que le emparentaba con Ramón y Cajal, y que le hizo ganar su primer dinero. De su madre, Fermina Atarés, contaba que tenía pasión por Huesca y que la hacía muy feliz darle dinero "por lo bajini" para el papel de revelar.

Así que cuando Carlos Moncín, el inolvidable Moncín, entró en ese santuario pertrechado con el equipo fotográfico que le hacía caminar encorvado, el flechazo fue instantáneo. Saura le mostró sus cámaras más preciadas. Hablaron como viejos colegas de sus secretos, de sus ventajas y sus inconvenientes, y el cineasta demoró la hora de comenzar la entrevista. Era un día otoñal de 1999 y, cuando llegó el momento de la sesión de fotos, Saura salió al jardín con un jersey y unas deportivas, y posó hasta que Moncín le pidió que entrara a la casa y cogiera una cámara. Los dos fotógrafos quedaron frente a frente. Carlos Moncín, concentrado como un torero en la faena decisiva, maestro del encuadre y de la luz, consciente de que tenía ‘la foto’. Carlos Saura, cómplice, imperturbable mientras sonaba la ráfaga de clics que iba a conservar su imagen para siempre. Esa imagen que abría HERALDO a toda página el pasado sábado, 11 de febrero, en el mejor homenaje al gran cineasta que nunca olvidó sus raíces.

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