Mendigos distópicos
La imagen es impactante: decenas de jóvenes se arremolinan en las aceras o bajo los puentes. Cada uno tiene ante sí un teléfono móvil y un aro de luz que ilumina su rostro. En su mayoría son chicas que hablan dirigiéndose al vacío de la cámara, tratando de engatusarla con sus mejores artes. Algunas cantan, otras bailan, una se sube a un árbol, otra hace la croqueta en el suelo... Todo con tal de llamar la atención para que afloje el bolsillo quien está al otro lado de la pantalla. La competencia es tal que las calles se han convertido en una pista de circo.
Es un fenómeno que ocurre en los barrios donde viven las familias más ricas de China. Los ‘youtuber’ eligen estas zonas porque, al emitir su contenido en el área de influencia de los millonarios, es más fácil que les vean para conseguir donaciones. Es la nueva fórmula de pedir limosna. Ni Tomás Moro, George Orwell o Aldous Huxley imaginaron semejante distopía. Ni en sus peores sueños intuyeron un futuro regido por tal deshumanización y consumismo adobado por el culto al individualismo. Todo por la pasta.
Podríamos pensar que somos ajenos a esa estampa que ocurre a miles de kilómetros de nuestro país. Pero no olvidemos cuál es la profesión favorita de nuestros pequeños: buena parte de ellos declaran que de mayores quieren ser ‘youtuber’ o ‘tiktoker’. De acuerdo a las búsquedas mundiales de cómo dedicarse a una profesión, en Portugal, Francia, Reino Unido o Alemania sueñan con ser bomberos, abogados, pilotos y profesores, respectivamente. España es la única del continente europeo donde ‘influencer’ es el trabajo más deseado. ¿Se llenarán algún día nuestras calles de mendigos distópicos?
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