Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Saura y sus hermanos

Carlos Saura.
Carlos Saura.
Antonio García / Bykofoto

Tengo muchos recuerdos de los Saura: de Antonio, de Carlos y Ángeles.

 A Antonio, que era pintor y escritor (su hermano Carlos decía que era lo que mejor hacía), lo entrevisté en el hotel Pedro I de Huesca durante dos horas por lo menos. Algo más tarde inauguraba una gran exposición en las salas de la Diputación oscense. El artista se explayó a gusto, pintarrajeó aquí y allá, y decía una y otra vez: «Esto no lo he dicho nunca». Yo estaba feliz, a punto de levitar. Usé dos cintas. Al preparar la transcripción, vi que solo se oía un zumbido persistente en las cuatro caras. La grabadora Sony me había jugado una mala pasada. Luego, en un momento en que Antonio Saura parecía más relajado me acerqué y le conté mi inmensa pena. Le íbamos a dedicar las tres primeras páginas de un suplemento cultural. Sin perder la sonrisa, dijo: «Invéntatelo todo. Quedará mejor». «¿Lo dices en serio?». «Completamente». Eso hice. Pocos días después, Antonio me mandó un sobre con un dibujo con su pluma gruesa: «¿Seguro que no has recuperado la grabación?».

Con Ángeles, que se hizo novelista, estuve una mañana entera en su casa. Estaba muy feliz: la historia de ‘El desengaño’ (2001) era casi su historia: siempre había querido escribir y algo, la vida, el trabajo o la timidez, se lo había impedido. Publicaba una segunda novela: ‘La duda’ (2021), la historia de un profesor de 80 años obsesionado con un pintor y un lienzo. Conservaba maravillosos recuerdos de su padre: «Nos recitaba poemas e imaginaba cuentos para nosotros, recortaba y nos enseñaba a hacer libros. Solía relatarnos las hazañas de don Gerundio. Se tumbaba en la cama y nos decía: “Lo encontré en las escaleras y me ha dicho que…”. Es como si llevase un diario de ese personaje inventado». Ángeles sabía mucho de arte y adoraba a sus hermanos.

Carlos vivía en una casa estupenda con jardines y avenidas entre los árboles en Collado Mediano, y tenía una cocinera portuguesa, maravillosa y amable, que solía decir «ahora llamo a don Carlos». Una vez, el cineasta vino a buscarme a la estación, hablamos largo y tendido -andaba por allí su hija Anna, tendría tres o cuatro años, y era su mejor modelo fotográfico- y me invitó a comer. La asistenta preparó una deliciosa comida y nos regaló su ternura, su humildad y una frase: «Bacalhau. O manjar da vida».

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión