Blanca conformidad

Un grupo de escolares disfrutando de la semana blanca en Astún.
Un grupo de escolares disfrutando de la semana blanca en Astún.
Astún

Se denomina ‘semana blanca’ a los días escolares en los que, de modo voluntario, el alumnado más joven, en lugar de asistir a clase, puede irse a esquiar. Esta excepcional actividad se inició en los años ochenta, al parecer, con el apoyo del entonces rey Juan Carlos I, un entusiasta de los deportes de invierno.

Durante tales jornadas, mi hijo ha adquirido unas nociones de esquí, ha descubierto paisajes, ha convivido con sus amistades y ha hecho nuevas relaciones. Junto a ello, el chico ha tenido la satisfacción de haber pasado por primera vez cuatro días lejos de su añorada familia, al tiempo que esta ha comprobado que jamás se habituará a vivir sin él. En este sentido, lo de la madre por su cachorro, ese anhelo revestido de simulada entereza, es historia aparte.

Además, la ‘semana blanca’ aporta un buen ejemplo de desigualdad. Al menos, en un colegio donde no hay barreras de entrada económicas. Lo digo porque un tercio de la clase de mi hijo ha faltado a la cita nívea, al no poder pagar los más de 700 euros que cuesta la escapada. Me consta que esta segregación es percibida por el alumnado que se desliza por blancas laderas, pero, sobre todo, por quienes han de asistir a las aulas con muchos pupitres vacíos.

Por lo tanto, creo que estamos ante otra muestra más de nuestra conformidad frente a la desigualdad. Pública y privadamente, no hemos movido un dedo para que nadie se quede al margen de una actividad por falta de recursos. Y este es el ejemplo que damos a nuestra descendencia, mientras dudamos que en el futuro quieran pagarnos las pensiones.

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