Por
  • Andrés García Inda

Teoría del aplauso

Teoría del aplauso
Teoría del aplauso
Heraldo

Cada época y cada sociedad produce sus propios arquetipos de lo que es un ser humano y un buen ciudadano: de aquello a lo que debes aspirar o en lo que te debes convertir. Nunca hay un único referente, claro está, sino un puñado de ellos. 

Pero son versiones de un mismo modelo, y expresan o definen conjuntamente ese ideal regulativo al que responde la típica pregunta que, a pesar de la edad, nunca dejamos de hacernos: Y tú, ¿qué –y cómo– quieres ser de mayor? Por ejemplo, en las últimas semanas los medios de comunicación se hacían eco de un estudio en el que se indican las profesiones más deseadas en cada país. En los países de nuestro entorno sobresalen las de abogado, escritor, empresario, bombero, piloto, profesor... En España sin embargo la más valorada es ‘influencer’. Ahí es nada. Y supongo que ahí está todo. O casi todo, porque siendo muy importante la profesión no es lo único que define el modelo de vida (hay muchas formas de entender y ejercer una misma profesión). Y porque como decía antes hay muchas otras figuras que expresan tanto o más ese ideal. Entre esas otras figuras hay una que cada día cobra más fuerza y que seguramente es el reverso complementario de la anterior: el palmero. No me refiero al natural de La Palma, claro está, ni al peregrino de Tierra Santa, ni a quien acompaña con palmas la música o el baile flamenco, sino a quien, por analogía o extensión, se dedica sistemática e incondicionalmente a aplaudir lo que sea o a quien sea (o a abuchear lo contrario). Veámoslo.

El aplauso es una expresión de las emociones humanas, pero la política actual
lo manipula y lo escenifica para arropar al líder

El ‘palmerismo’, si se me permite el neologismo, tiene profundas raíces antropológicas, porque a los humanos nos encanta aplaudir. Más aún, necesitamos hacerlo, porque el aplauso satisface a la vez dos necesidades básicas: expresar nuestras emociones y compartirlas socialmente. Por eso no aplaudimos solos, sino colectivamente, o de modo gregario, hasta llegar a sincronizar nuestras palmadas. Y por eso a veces aplaudimos algo aunque nos disguste o no lo hacemos aunque nos guste. Estaba tentado de decir que el ser humano es ‘homo plaudens’, el mono que aplaude, pero el resto de los simios también lo hacen, así que es algo que nos acerca y asimila a nuestros parientes evolutivos. El poder sabe bien de ese rasgo de nuestra naturaleza y por eso lo alienta y aprovecha, como el domador del circo, en su propio beneficio.

Una palmaria representación gráfica del palmerismo actual la tienen ustedes en los figurantes que aparecen alrededor de los líderes (o detrás de ellos) en los mítines y exhibiciones políticas. Hace ya bastantes años que en la escenografía de esos actos el orador aparece rodeado de gente, para transmitir el apoyo y la fuerza que sostiene al candidato, representada en gente como usted o como yo (o mejor que usted y que yo), y acorde siempre al mensaje y al destinatario: jóvenes, o mujeres, o personas mayores... o todos juntos, estética y armónicamente adecuados al contexto. Imaginen los procesos de selección y la posible decepción de quienes por cualquier razón puedan verse desplazados a un lugar más apartado: "a ver, vosotros en las primeras filas; tú, no; el del bigote, en esa esquina; mejor chico- chica, por favor...". Todos ellos siguiendo las indicaciones de la organización: escuchando atentamente detrás del líder, asintiendo mecánicamente con la cabeza, aplaudiendo en los momentos indicados, riendo las gracias del discurso, levantándose y ovacionando en los momentos cumbre...

El palmerismo se ha convertido en un recurso habitual de los partidos y en un requisito para hacer carrera política

Es el palmerismo en toda su expresión. Porque a todos nos gusta aplaudir, pero ellos tienen además la suerte de haber sido elegidos para exhibir su aplauso y convertirlo en una forma de compromiso. Su misión es celebrar y ovacionar lo que se diga, sin importar lo que sea. Pueden aplaudir una cosa y la contraria, hoy esto y mañana lo otro, pero no porque hayan cambiado de ideas, sino porque el palmero es fiel a una única idea: secundar pública e incondicionalmente a su guía y caudillo. Y con ello, además, no solo se entrega a la causa, sino que invierte en ella. Quizás para algunos esa exhibición es el primer paso y el entrenamiento perfecto para llegar más arriba, o más lejos; para demostrar a la organización que se está dispuesto a palmotear (o abuchear) cualquier cosa, y acabar siendo palmero profesional a tiempo completo: diputado o senador, por ejemplo, en su mayoría ‘homines plaudentes’ por excelencia, dedicados casi única y exclusivamente a aplaudir lo que les digan. No es mala alternativa a ‘influencer’, piénsenlo.

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