Alfareros de Calanda

Foto de Calanda
Alfareros de Calanda
Laura Uranga

En el pasado agosto fallecía Antonio Bondía, el último alfarero de Calanda. Se cerraba la historia de los cantareros de este pueblo del Bajo Aragón. Recientemente se presentó ‘Tierra, agua y fuego. La cerámica de Calanda’, un trabajo de dos calandinos -Daniel Aguilar y Lorenzo Gasca-, publicado por el Grupo de Estudios Calandinos. 

Se recoge, con una visión interdisciplinar, la memoria colectiva de una profesión y una tradición. El texto se acompaña de interesantes fotografías de José María Valls y de Manuel Conesa.

Partiendo de su trabajo de fin de grado en Historia del Arte, Daniel unió esfuerzos con Lorenzo, que también había investigado la alfarería. Conjuntamente han recopilado la historia de la cerámica desde el Neolítico hasta el siglo XX, explicando las fases de producción y su difusión por todo Aragón. Una producción que fue a menos en el siglo pasado, con la llegada del agua corriente y con la introducción de la hojalata y del plástico.

Hasta 18 familias vivían de la alfarería en Calanda a principios del siglo XX. Se ubicaban en el barrio de las Cantarerías, que albergaba a unas 300 personas. Barrio con identidad que funda en 1675 la Cofradía de San Blas, con alfareros y fabricantes de pólvora. Buscan el amparo mutuo y dedican una ermita a su patrono. Toma sus reglas de la más antigua cofradía de Calanda, la del Santísimo, fundada por los cristianos viejos en una época que eran una minoría débil entre la mayoría morisca, mucho más poderosa.

Fueron los mudéjares quienes trabajaron el barro y a partir de 1610, con la expulsión de los moriscos, el consejo de Calanda atrajo a la villa a artesanos capacitados. A finales del XVIII se produce una expansión de la alfarería calandina por otras zonas, como la Hoya de Huesca o la Sierra de Teruel.

Van apareciendo los linajes que fueron relevantes, con varias generaciones en ejercicio: Sanz, Berge, Bondía, Labarías, Manero o Peralta. Entre los últimos alfareros estaban Antonio Bondía, Pascual Labarías y Emilio Manero, cuyas familias, como otros muchos calandinos, han guardado colecciones muy interesantes.

Los autores de la publicación, como los responsables del Grupo de Estudios Calandinos, trabajan de un modo sistemático la historia local. Por eso, merecen el apoyo de todos y, en particular, de las instituciones. Recogen la memoria colectiva que, de otro modo, se perdería.

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