Hace dos meses, el British Film Institute actualizó su prestigiosa lista de las cien mejores películas de la historia. ‘Casablanca’ no está en las primeras posiciones; hay que llegar hasta el puesto 63. Sin embargo, existen pocos filmes que hayan dejado mayor huella en una generación tras otra desde 1943.

Millones de espectadores y aún más millones de telespectadores. Ha llegado a todos: a los que solo buscan una buena historia de amor imposible en tiempos de guerra y también a los académicos que la desentrañan para descubrir hasta la metáfora más oculta. Así, por ejemplo, el filósofo Slavoj Zizek, en uno de sus últimos ensayos (‘Como un ladrón en pleno día’, 2021), analiza la escena en la que Ilsa (Ingrid Bergman) llega a casa de Rick (Humphrey Bogart) con la intención de obtener los salvoconductos que les permitirán a ella y a su marido, el líder antinazi Victor Laszlo (Paul Henreid), escapar a Estados Unidos. Sorprende el pensador esloveno con una doble lectura: "Mientras que, a nivel del argumento superficial, el espectador puede interpretar que la película obedece a los códigos morales más estrictos. Al mismo tiempo ofrece pistas sofisticadas para permitir una interpretación alternativa mucho más atrevida sexualmente".

Narran las crónicas que, inicialmente, todo parecía abocado al fracaso en la que acabó siendo la película más romántica jamás rodada. Para empezar, la pareja protagonista, que consiguió el papel después de que los productores descartasen a un sinfín de candidatos. Al final, se la jugaron con Bogart, que nunca había hecho de galán romántico y era demasiado viejo para Ingrid Bergman, que, por si fuera poco, era mucho más alta con sus 1,78 cm. Su emparejamiento parecía tan descabellado que ambos estaban convencidos de que la cinta acabaría con sus carreras. Sin embargo, la fábrica de sueños que es el cine acabó convirtiendo dos horas de luminoso metraje en una leyenda: una actualización de Shakespeare en la convulsa mitad del siglo XX, una tragedia personal en medio de la historia mundial.

El húngaro Michael Curtiz la rodó casi íntegramente en Hollywood y lo hizo en un tiempo récord: poco más de dos meses. Fue pensada como un filme de propaganda política; de hecho, fue pre-estrenada unas semanas antes de la Conferencia de Casablanca, que reunió en Marruecos a Roosevelt, Churchill y De Gaulle. Solo el tiempo la convirtió en un icono.

Umberto Eco explicó que "Casablanca funciona al margen de las teorías estéticas y las teorías cinematográficas porque en ella se despliegan con una fuerza casi telúrica las potencias de la narrativa sin que el arte intervenga para disciplinarla". La fórmula de su éxito es tan sencilla como difícil de repetir: un reparto en estado de gracia y un guion redondo repleto de frases inolvidables.

Hoy, en una época marcada por la omnipresencia de las pantallas y la profusión de imágenes en nuestros móviles, seguimos recordando en blanco y negro a Rick diciendo: "De todos los bares de todas las ciudades del mundo, ella ha tenido que entrar en el mío"; o al cínico policía Louis Renault: "¡Detengan a los sospechosos habituales!". Se han hecho célebres incluso frases que nunca se pronuncian tal cual en la cinta. "Tócala otra vez, Sam", no se dice en ningún momento. Fue una invención de Woody Allen, que tituló así una obra teatral llevada después a las pantallas como ‘Sueños de un seductor’ (1972).

Ya han pasado ochenta años desde que Rick e Ilsa proclamaran que siempre les quedaría París. A los ciudadanos del siglo XXI siempre nos quedará ‘Casablanca’, el clásico de los clásicos. Siempre tendremos su aura trágicamente romántica y su legendario final: "Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad".