Perendengue

Representación de una moneda virtual.
Representación de una moneda virtual.
Archivo HA

Escribir novela tiene sus ‘perendengues’. Así le oí decir a Álvaro Pombo durante la presentación de su último libro. Lo mismo es raro que difícil, y hay que tratar de no aburrir mientras se busca una cierta dosis de poesía donde sea, insistió, hasta en lo que come la gente. El palabro me distrajo de aquellas reflexiones por un nanosegundo: tuve la certeza de que lo había leído antes y no he podido parar de rumiarlo desde entonces.

‘Perendengue’ se refiere también a un atavío, a un adorno femenino, según la Real Academia Española, en la que el autor ocupa el sillón de la jota minúscula; pero es, además, un término pecuniario. Equilicuá. Alude a una moneda acuñada en tiempos de Felipe IV, el equivalente a cuatro maravedís. Por eso resonaba en mi memoria, a causa de la lectura de nuestras letras áureas, de la misma forma que el ‘real perulero’, que decía Covarrubias en su ‘Tesoro de la lengua castellana y española’ que apelaba a quienes acumularon riqueza en las Indias del Perú. Cualquiera se acuerda de aquello, con la que está cayendo. Después de ojear algunos textos, resuelvo culminar el devaneo probando, al fin, uno de esos generadores de poemas con inteligencia artificial. En días de criptomoneda y metaverso, nada como una composición monetaria que nos recuerde que las palabras, como el dinero, mutan, transforman nuestra vida y moldean el pensamiento: Perra gorda, perra chica, / pelucona y pesetón, / onza, real y ducado, / duro, alfonsina y tostón. Por mucho octosílabo que nos vendan, no hay rabia, pellizco, ni duende, que pueda nacer hoy del artificio de una máquina.

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