Jugando a vivir

Jugando a vivir
Jugando a vivir
Pixabay

El microbio es tan sencillo y gasta tan poco porque no tiene ansias de identidad. Esa ligereza ahorra muchos gigas de memoria; consume poco y permite atravesar eones enteros, eras geológicas en las que no pasa nada excepto el virus errante que muta y hasta esa nada olvida. 

Su mayor ventaja es que soporta muy bien el aburrimiento que parece aquejar a otras especies. También influye que el anonimato produce poca entropía. Todo ello le podría dar la esquiva inmortalidad que, sin embargo, favorece a la medusa. Es genial que no haya acuerdo sobre si un virus es vida o no. Y también se debate qué sea vida. ‘Vida ávida’ (siempre Ángel Guinda) no es el lema del microbio y su parsimonia. O sí. Estamos siempre empezando, cada día esperamos una revelación, algo parcial, local, sencillo, que nos redima de la inercia y la ignorancia, que es lo mismo. Lanzadoras de microsatélites para Teruel. Algo así. Cercanías a Huesca.

Los gorriones y los oseznos juegan porque están sanos y la gozan alegres. Puede ser que la condición de la vida sea jugar. Hay que mirar si los virus juegan, y a qué. Pero el humano, por C o por B, siempre necesita algo más: significado, trascendencia (con perdón), trastear, vida ávida. Por eso hace falta un poeta en cada esquina, una poeta de guardia en el 010, 061, 091, 092, 024, 112… todos esos números son poemas codificados, gongorinismos del feroz indolente insaciable vivir.

La bacteria es la reina y el virus es el rey, en su levedad viva/muerta llevan la eternidad y la duda, como Hamlet, de si jugar y perecer o aburrirse siempre.

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