Difícil, no experimentar una punzada de orgullo patrio al abrir el último suplemento ‘Cultura/s’ de ‘La Vanguardia’. A toda página en primera, y varias más interiores, aparece, bajo el título de ‘El boom de las letras aragonesas’, un excelente artículo de Antón Castro.

En él, un torrente de nombres y de circunstancias hace evidente el gran momento que están viviendo los escritores aragoneses en su proyección exterior. Encabezados por los recientemente premiados Manuel Vilas y Luz Gabás, y el éxito absoluto de Irene Vallejo, el artículo arranca con el reconocimiento de José-Carlos Mainer en el Cervantes y la inminente novela de Ignacio Martínez de Pisón, una de las voces más reconocidas del panorama literario actual, para adentrarse en los distintos campos de la creatividad de las letras aragonesas.

El resultado es abrumador, incuestionable. Antón Castro, como lo era Félix Romeo, es especialista en mostrarnos la mejor versión de nosotros mismos. Tal desfile de narradores, poetas, historiadores, ensayistas, editores… tiene la virtud de entregarnos también a la reflexión sobre qué es lo que tiene de especial crear, pensar, escribir desde Aragón. Yo lo tengo bastante claro. Es el universalismo que proporciona la posibilidad de comprender el mundo desde un sitio abierto, cosmopolita y con una larga tradición de gentes que han servido para asegurar el suelo sobre el que pisa la cultura actual.