Esta tarde, como viene siendo habitual desde 2010, las Cortes de Aragón acogerán el acto principal en nuestra comunidad autónoma del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto y Prevención de Crímenes contra la Humanidad.

En el Palacio de la Aljafería, el lugar donde se deposita la voluntad democrática de la ciudadanía aragonesa, se encenderán velas en recuerdo del pueblo judío, de los niños y niñas asesinados, de los resistentes y perseguidos políticos, del pueblo gitano, de los perseguidos por discapacidades físicas y psíquicas, por sus opciones afectivo-sexuales o religiosas, y por los justos que ayudaron a salvar vidas a riesgo de las suyas propias... en la Europa ocupada por el nazismo.

Tendrán voz diferentes representantes de colectivos que sufrieron la deportación y el exterminio en aquellos tiempos de barbarie. Se recordará a los hermanos Laplaza Bernad, de Castejón de Valdejasa, resistentes antifascistas en España y en Francia deportados a Buchenwald y asesinados en Flossenbürg. El depósito de esperanza correrá a cargo (de nuevo y porque no puede ser de otra forma) de gente joven y con mirada limpia hacia el futuro: en este caso, alumnos y alumnas del instituto zaragozano Miguel Catalán. Gente en la que se alberga la transmisión de un legado, de unas enseñanzas fundamentales para edificar ese ‘mundo mejor’ en el que todos queremos vivir.

A medida que el tiempo, inexorable, ejerce su jerarquía y que van desapareciendo testigos directos, víctimas y victimarios de las masacres de la primera mitad del siglo XX... se hace más necesario mantener y avivar esa memoria. Una memoria tejida de hilos entre generaciones, con la educación como pieza clave y con un diálogo constructivo entre pasado y presente. Del mismo modo que nadie muere mientras haya quien le recuerde y le honre, tender puentes con ese pasado implica dotarle de un valor irremplazable.

Porque ‘aquello’ no es algo lejano, fruto de una coyuntura extraordinaria e irrepetible. ‘Aquello’ tuvo un germen y unas actitudes en su seno que se han reproducido y que hoy día son, por desgracia, más que reconocibles. El recuerdo doloroso de sucesos de hace décadas también permite actualizar problemas y denunciar aspectos de la realidad (el desprecio y el ataque a lo diferente y a lo no normativo, el empobrecimiento del debate público, el insulto y el ruido gratuitos...) que, bajo diferentes formas siguen estando en nuestro presente y de los que, en cierto modo, todos tenemos nuestra mayor o menor parte de ‘culpa’.

El lema escogido por Holocaust Memorial Day Trust para la conmemoración de este año es: ‘Ordinary People’: ‘Gente corriente’. Con esas dos palabras, se incide en el recuerdo del Holocausto nazi y de otros genocidios sufridos en la historia como situaciones en las que están concernidas muchas más personas que las destacadas públicamente. Personas implicadas para mal y para bien: como ejecutoras, como cómplices silenciosas, como perseguidas, como víctimas… y también como resistentes pasivas o activas, de forma privada o colectiva, anónima o reconocible.

El reconocimiento de esa implicación nos invita a compartir una reflexión sin fecha de caducidad y con valor universal: la arbitrariedad, la desigualdad, la injusticia y el horror son (con diferentes grados de responsabilidad y sufrimiento) problemas de todos y de todas, y del conjunto de la sociedad depende también la respuesta. Una respuesta que vemos proyectada en el tiempo y en torno a muchos protagonistas: personas con sus propias, pequeñas y grandes, triviales y solemnes historias de vida, con sus miedos, sus incertidumbres y sus modestas y cotidianas heroicidades.

Esa inmersión en lo general o en lo común no supone diluir ni neutralizar responsabilidades con nombres y apellidos (que las hubo, las hay y las habrá), pero sí hacernos conscientes de que ‘aquello’ y ‘esto’, lo de ayer y lo de hoy, nos compete a todos: gente corriente, como nosotros, como nosotras.