Es cierto que no son lo mismo los recuerdos que solo crecen al calor de las propias vivencias que los enmarcados en su contexto histórico. Así, no es igual rememorar, mediante la lectura, las capitulaciones matrimoniales de mis abuelos que, fieles a la institución del heredero universal, se comprometían a permanecer en su casa de Javierre de Ara, para asegurar la perpetuidad del hogar, que saber que, cuando las firmaron en 1934, esa casa y muchas de la Ribera del Ara estaban sentenciadas a deshabitarse, pues en 1917 el Estado había concedido el aprovechamiento de las aguas de dicho río para usos industriales. 

Tampoco es idéntico recordar, a través de las fotografías, mis primeros años de vida en esa casa de Javierre que comprender que aquellos fueron los últimos años de muchas familias y de la mía también junto al Ara. No en vano, los nombres de los pequeños propietarios de los pueblos de su ribera, incluido el de mi abuelo, habían aparecido en la relación de personas y fincas expropiadas, publicada en 1961, para que la hidroeléctrica Iberduero pudiera realizar el salto de Jánovas, declarado de utilidad pública diez años antes.

Sin embargo, los sentimientos que dejan tanto los recuerdos vividos como los contextualizados son los mismos. En mi caso, los de pérdida y desarraigo. Mientras el Plan de Desarrollo Sostenible para todos los pueblos de la Ribera del Ara no se cumpla, esos sentimientos permanecerán, porque ni siquiera recordar, por medio de la escritura, ayuda a superarlos.