Por
  • Edurne Portela

Atenta a las señales

Atenta a las señales
Atenta a las señales
Pixabay

Si hoy fueran asesinadas 49 personas en, por ejemplo, un atentado terrorista; si hoy 49 personas murieran en, por ejemplo, un accidente ferroviario; si hoy 49 personas perdieran la vida en, por ejemplo, una inundación, el país estaría conmovido y de luto. 

En el año 2022 ha habido en España, reconocidos oficialmente por el Ministerio de Igualdad, 49 feminicidios íntimos y, salvo en entornos concienciados, esta cifra ni siquiera alerta. Estos números no registran otro tipos de feminicidios no íntimos, como podrían ser los asesinatos de mujeres víctimas de trata y prostitución, las víctimas de violencia sexual que han sido asesinadas por un hombre con el que no tenían una relación personal o las menores y adultas víctimas de violencia vicaria (esas niñas, hermanas o madres que han sido asesinadas como venganza contra la esposa o pareja). Según la organización Feminicidio.net, el número de feminicidios y otros asesinatos de mujeres a manos de hombres en España en 2022 podría ascender a 99.

La despedida de año fue terrible y el comienzo de 2023 no ha sido mejor. En solo el mes de diciembre hubo 11 feminicidios íntimos. Según Victoria Rosell, delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, la mitad de estas mujeres asesinadas en diciembre había denunciado al perpetrador por agresiones. En el caso de la cifra anual, la de 49 feminicidios íntimos, el 43% de las mujeres (es decir, 21) habrían denunciado. Esto, obviamente, implica que más de la mitad no lo hizo. Cuando esto ocurre, algunas personas se preguntan: ¿pero cómo es que no había denuncias?; ¿se puede pasar de la nada al asesinato?; ¿qué pudo desatar tal violencia en un marido o un novio? Lo que no se ve en la ausencia de denuncias es que la "nada" estaría, seguramente, llena de violencia. Una violencia en muchos casos silenciosa, invisible para quien no la sufre, que no se nombra porque no deja huella física en quien la padece. Pero esa violencia existe y es el sustrato sin el cual los golpes, las puñaladas o el tiro de escopeta serían imposibles.

Siento que me repito, que esto ya lo he dicho antes, pero parece que en este tema tenemos que ser machaconas, insistir, decir lo mismo con otras palabras para ver si así, por fin nos damos cuenta de que no podemos aceptar estas cifras con normalidad, como si fueran el índice de un mal social doloroso pero inevitable. Tampoco podemos pensar que estas cosas solo les pasan a otras mujeres, que algo no funcionaría bien en la cabeza de la víctima para aguantar quién sabe qué vejaciones, o que el perpetrador simplemente era un monstruo, nada que ver con nosotros. Las cifras son inaceptables, pero también lo son la indiferencia o la lejanía con la que sentimos el problema de la violencia machista, esa perversa costumbre de cuestionar a las víctimas, sobre todo las que cometieron el "error" de no pedir ayuda.

España comenzó a contabilizar los asesinatos por violencia de género (ahora definida más específicamente como feminicidios íntimos, aquellos que comete un hombre contra una mujer que es o ha sido su pareja) en 2003. Desde entonces, 1.182 mujeres han sido asesinadas por el hecho de ser mujeres, sus asesinatos responden a un patrón específico. Los crímenes machistas no son agresiones que tienen como explicación la pasión, los celos o el despecho. Estos no serían los motivos, sino los síntomas de algo mucho más profundo y persistente: la necesidad de imponer, de forma definitiva, el poder del hombre sobre la vida de la mujer. Esa necesidad no surge de la noche a la mañana. El acto de acabar con la vida de aquella con la que el verdugo tiene o ha tenido una relación íntima no es un estallido puntual e incomprensible, sino el resultado de un proceso que, normalmente, comenzó al principio mismo de la relación.

Una relación en la que se da violencia machista (psíquica y/o física) responde a un patrón de comportamiento que, hasta recientemente, se ha entendido como normal, sobre todo en ambientes conservadores. En este patrón, el hombre ejerce su poder en todos los ámbitos de la vida doméstica e íntima. La mujer está obligada a aceptar esta división de poderes y, desde el primer momento de la relación, cede terreno para contentarlo a él porque sabe que la estabilidad depende de ese equilibrio desigual. Los síntomas con los que se externaliza la desigualdad son variados, aquí apunto alguno: él controla al milímetro la economía de la pareja o familiar y, aunque ella trabaje fuera de casa, no puede hacer ningún gasto sin su consentimiento; él controla la apariencia física de ella, ya sea imponiendo cómo debe salir vestida a la calle o a través de la constante crítica negativa que causa, inevitablemente, la erosión de su autoestima; esa crítica negativa no solo la dirige él a la apariencia de ella, también a su inteligencia, su toma de decisiones, que siempre es desafortunada, la manera en la que lleva la casa (falta de talento en la cocina, de limpieza, de orden); él controla la relación afectiva de ella con sus hijos si los hubiese, en muchos casos degradándola delante de ellos (insultos y gestos despectivos, críticas constantes...); él controla las relaciones de ella con amigas o familiares que puedan suponer una pérdida de control.

La misión del maltratador es aislar y mermar a la mujer, hacerla cuanto más pequeña mejor para poder dominarla a su antojo. Cuando nos asombramos ante la alta cifra de mujeres asesinadas que no habían denunciado previamente a su maltratador, no tenemos en cuenta que a veces él no llega a la violencia física porque no le hace falta. La opresión psicológica constante, la desvalorización, la erosión de la autoestima, el miedo a una posible escalada que llevaría a la violencia física o a una mayor si esta ya se hubiera hecho presente, son suficientes para tenerla controlada. Y aún así, ese poder casi absoluto de él sobre ella en la mayoría de los casos no es suficiente, nunca es suficiente. Con el menor o mayor gesto de rebeldía (en el fondo, no importa tanto la magnitud de ese gesto), la temida escalada se producirá: del insulto al golpe, del golpe a la paliza, de la paliza a... Dicen que en algunos casos es el periodo vacacional, el "mayor roce", el tiempo libre, el calor incluso, lo que provoca que salte la chispa. Lo importante, sin embargo, no es lo que provoca la chispa, sino todo el material inflamable que se ha ido acumulando de fondo. Es ahí, en el material de fondo, donde tenemos que poner como individuos y como sociedad toda nuestra atención y nunca, bajo ningún pretexto, desestimar el síntoma.

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