Gabardina azul

Leonard Cohen, poco antes de sufrir el desvanecimiento
Gabardina azul
efe

Y gracias infinitas, especialmente, a Unai, sin cuya entrega no lo hubiera logrado". 

Esto fue lo que dijo mi mujer, homenajeada por su ascenso. Admito que, justo después de "especialmente", durante unas décimas de segundo, di por hecho que a continuación ella pronunciaría mi nombre.

Y luego vino el modo en el que el tal Unai fue celebrado por las mujeres allí presentes. Todas, copas en alto, corearon su nombre, cuando él, que estaba colaborando con una ONG, saludó por video conferencia bajo un impermeable, desde una calle lluviosa del extrarradio.

En cuanto a mí, observando con angustia lo embelesada que parecía, simulé entereza, que sostuve durante el regreso del acto. Fue después, acostado en silencio junto a ella, cuando me derrumbé. Hubiera sollozado como un crío.

Pasaron tres días y mi obsesión fue a más, así que acepté una cena a tres en casa de Unai, aconsejado por un íntimo amigo, psicólogo. "Si lo conoces, es probable que se te pasen esos celos", pronosticó. Y llevaba razón. Cuando salimos de aquel piso de soltero, el deslumbrante Unai, esnob y engatusador de hembras, se había convertido en un ser frágil, franco y, por tanto, menos atractivo. Así que propuse devolverle la invitación.

Agradecido, he dado parte a mi confidente psicólogo. Sin decir nada, ha hecho sonar ‘Famous Blue Raincoat’, la bellísima canción en la que Leonard Cohen se dirige a un amigo, invocado como "mi asesino, mi hermano", pero sin resentimiento, en los siguientes términos: "Trataste a mi mujer como a una escama de tu vida, y cuando volvió ya no era la esposa de nadie".

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