Benedicto XVI en una imagen de archivo
Benedicto XVI en una imagen de archivo
Efe

La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño" (Lc. 2, 9). Parece que eran persas, y que el mosaico de los tres Magos, colocado por Justiniano en un frontal de la basílica de la Natividad, de Belén (siglo VI), salvó al edificio de la destrucción bárbara. Se habla de una conjunción entre Júpiter y Saturno (año 7 a. C.) que duró hasta el tiempo de escritura de los Evangelios; o bien de una supernova. En cualquier caso, mago se relaciona con la casa sacerdotal del zoroastrismo, y con cierta leyenda irania que relaciona el fuego de una estrella con el nacimiento de un ser muy especial.

En el ‘Libro de las maravillas’ (siglo XIII), Marco Polo deja constancia de los Magos: "En Persia está la ciudad que se llama Sava, de donde partieron los tres Magos cuando fueron a adorar a Jesucristo. (…) Uno de estos fue llamado Jaspar, el segundo Melchior y el tercero Balthasar". Aunque según parece había una serie de sepulturas de seguidores del enigmático Zoroastro.

Esa es la tradición. Y, sin embargo, a lo largo de la historia ha habido buscadores, científicos, teólogos que han seguido buscando y nos han acercado al rostro y a la ternura de Jesús, recién nacido o ya persona adulta, humanidad y trascendencia unidas. A uno de esos grandes buscadores lo despedíamos el día 5, justo antes de la festividad de la Epifanía, en la plaza de San Pedro.

Benedicto XVI, Joseph A. Ratzinger, ha sido un hombre de su tiempo. Sufridor de las secuelas del nazismo, colaboró a la apertura de la Iglesia con el Vaticano II para tomar tierra ante las dificultades reales antes y durante su papado, autor de encíclicas y exhortaciones apostólicas, nos ayudó a muchos a descubrir la verdad. El suyo no era el carisma de la caridad a flor de piel, como en Juan Pablo II o Francisco, si no el de la interiorización. Se cuenta entre los padres y los doctores de la Iglesia. Uno de los mayores intelectuales de los siglos XX y XXI. Tras su pontificado, supo guardar silencio, al igual que San Juan de la Cruz y los místicos españoles, de los que se sentía tan cercano.

¿Un mago más? No al modo de Artabán, que se perdió por el camino en socorro de los menesterosos según el cuento navideño de Henry van Dyke. "Los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo" (‘La infancia de Jesús’). El autor de estas líneas, Benedicto XVI, lo ha sido, lo es, lo será siempre para todos nosotros, creyentes o no.

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