Por
  • Carmen Herrando

Sujetarse a Dios

El papa Benedicto XVI en una imagen de archivo.
El papa Benedicto XVI en una imagen de archivo.
Reuters

En su ‘Introducción al cristianismo’ (1968) se preguntaba Joseph Ratzinger por lo que significa decir "creo en Dios"; en el libro repasa el credo, como había hecho a lo largo del año precedente en unas conferencias que luego transformaría en este texto magnífico, de lectura imprescindible para todo bautizado. Lanzaba esta cuestión en plena vorágine del Mayo del 68, cuando todas las preguntas volaban por los aires y ninguna afirmación parecía poder tomar asiento. Desde entonces, el mundo ha cambiado, y han ido incrementándose en él la decepción y el desconcierto, como observaba el mismo cardenal Ratzinger en los albores del nuevo milenio, al tiempo que proponía a los cristianos del año 2000 recuperar la voz del cristianismo para presentar y ofrecer el mensaje cristiano como luz en medio de aquel desconcierto que iba en aumento. Como luz que ya no ha de ser confundida con lo que no es luz, sobre todo tras tantos intentos de compaginar posturas y contemporizar con un mundo que extraía del Evangelio únicamente algunas notas de conveniencia.

Desde su mirada de fe atenta al mundo, a su realidad patente, el cardenal Ratzinger planteó con firmeza que hay que acoger lo real, que no se puede hacer caso omiso, por ejemplo, de la terrible noticia de Nietzsche sobre la "muerte de Dios", porque es evidente que tal anuncio ha dado un giro radical a todo, como bien constatamos hoy. Pues el ser humano se convierte cada vez más en objeto de la técnica y se diluye progresivamente su hechura a imagen y semejanza de Dios. Esta realidad es un reto no sólo para los cristianos, sino también para la humanidad entera.

Cuando en 2005 fue nombrado papa, Benedicto XVI quiso poner los cimientos y el enlosado sobre los que pudiera tomar apoyo aquella propuesta suya de recuperar la voz del cristianismo. Lo planteó desde la entraña de la fe, una fe que es luz, pero que ha de afrontar una realidad cada vez más trastornada, ante la que tiene que mostrar su propia razonabilidad, pues en esto consiste comprender que el hombre ha sido hecho a imagen de Dios. Si algo nos ha mostrado el papa Benedicto con claridad meridiana es que la fe (y la búsqueda en torno a ella) es razonable. Y no ha cesado de recordar las grandes preguntas que desde siempre han inquietado al hombre, y han de seguir inquietándole, si no quiere ser pasto de tecnologías o terminar programado por algoritmos.

El magisterio de Benedicto XVI es enorme; pero los fundamentos de sus enseñanzas van directos al corazón de lo cristiano; nos lo brindó maravillosamente en tres cartas encíclicas sobre las virtudes teologales. Caridad, esperanza y fe, presentadas en hondura, con sencillez y gran belleza: ‘Deus caritas est’ (Dios es amor), de 2005; ‘Spe salvi’ (Salvados en la esperanza), de 2007; y ‘Lumen fidei’ (La luz de la fe), entregada y completada por Francisco, pero con su núcleo doctrinal elaborado por Benedicto. Y, atento como estaba a lo real, Benedicto XVI no dejó de afrontar el curso mismo de la historia y el caminar en ella de la Iglesia, considerando la situación de creciente desamparo de personas y sociedades, en su encíclica de 2009, ‘Caritas in veritate’ (la caridad en la verdad), donde presenta la fuerza del amor, que es la que ha de mover a la Iglesia, ante desafíos reales, éticos en gran medida, que amenazan seriamente al hombre; destaca así, por ejemplo, la bioética como "campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en el que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral".

Benedicto XVI presenta la claridad de Dios brotando del Logos, que es Cristo mismo. Su propuesta es una propuesta de santidad por la que invita a los cristianos a dejar que sus vidas se impregnen de una fe real, vivida en un mundo real. Desde su magisterio y su vida ejemplar insta a una vivencia profunda de la fe. Fe que ya presentaba en ‘Introducción al cristianismo’ como "un sujetarse a Dios". Quizás el mejor homenaje que los cristianos podemos rendir a este Papa santo sea el de tomarnos en serio la fe, y brindarla a los no creyentes como tesoro razonable que puede dar luz en medio de tanto desconcierto.

Carmen Herrando, profesora de la Universidad San Jorge

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