Por
  • Juan Antonio Gracia

Una homilía y un libro

El papa Benedicto XVI, en una imagen de archivo.
El papa Benedicto XVI, en una imagen de archivo.
Agencias

Leo con avidez todo cuanto los medios de comunicación, escritos, hablados, digitales, clásicos y de hodierno cuño ultra técnico van trasmitiendo a la opinión pública sobre el papa Benedicto XVI. Me impresiona la abundantísima información que ofrecen los ‘mass-media’. Creo que supera en cantidad y en calidad el tratamiento de la noticia con ocasión de la muerte de sus cinco últimos predecesores, señal de que el producto que airean y difunden los múltiples y variados cauces informativos interesa al consumidor que los busca y los compra. De este simple fenómeno publicitario, me atrevo a deducir que la muerte de Benedicto XVI no ha dejado indiferente a nadie. Tal vez ese dato sea su mejor y más elocuente elogio.

Quisiera sumarme a esa merecida laudatio ecuménica con un par de apuntes, a modo de minúsculo testimonio personal de admiración y gratitud que, tal vez, pueden ayudar a desvelar algún costado menos conocido de su deslumbrante formación teológica. Me refiero a su condición de liturgista.

Con ocasión del Año Santo extraordinario, decretado por San Juan Pablo II para conmemorar el 1950º aniversario de la Redención (25 de marzo de 1983-28 de abril 1984) participé en la peregrinación a Roma de periodistas españoles organizada por el Episcopado de nuestra nación. Ofició la misa jubilar en la basílica de San Pedro el cardenal Josef Ratzinger el 27 de enero de 1983.

Su homilía, que conservo como una joya, fue una glosa comparativa poniendo frente a frente la visión del mundo moderno según el pensamiento del filósofo J. J. Rouseau y según la doctrina de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas. "El periodismo solo alcanza la plenitud de su sentido si busca la verdad y la difunde… ese es el fundamento de una correcta ética periodística…", nos decía con tono suave y gesto convincente. Ratzinger tenía entonces 55 años. Debo confesar que me edificó como celebrante y como predicador.

Pero Ratzinger fue también un estudioso de la liturgia, entendida no como un manual de rúbricas y ceremonias sino como una parte importantísima de la teología sacramental. En el año 1981, Ediciones Cristiandad de Madrid daba a conocer la versión española de una obra alemana escrita por el cardenal Ratzinger. El libro de 256 páginas se titula ‘El espíritu de la Liturgia. Una introducción’. Traducido a diversas lenguas, en algunas de ellas alcanzó varias ediciones y numerosos comentarios, signo inequívoco del interés que suscitó. Hoy sigue siendo un libro de consulta obligada. La presentación del mismo redactada por el excelente teólogo Olegario González de Cardedal es un valor añadido al mérito científico del volumen en sí mismo.

Decididamente, este sabio y humilde trabajador en la viña del Señor no ha muerto. Las huellas de su talento y de su vida ejemplar permanecen indelebles en el altar y en sus libros. Ya con Dios en el cielo habrá comprobado cuánta verdad eran las palabras de San Pablo a los fieles de Corinto: “Lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado”.

Juan Antonio Gracia, canónigo emérito del Cabildo Metropolitano de Zaragoza

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