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  • EDITORIAL

Ratzinger, teólogo, intelectual y papa

Joseph Ratzinger, tras ser elegido papa en abril de 2005.
Joseph Ratzinger, tras ser elegido papa en abril de 2005.
Arturo Mari / Osservatore Romano / Reuters

Es posible que el papado de Benedicto XVI, relativamente breve en comparación con el de su antecesor, sea recordado sobre todo por el hecho inusitado de que renunciase a su cargo y viviese sus últimos años retirado.

 Pero la personalidad de Joseph Aloisius Ratzinger, como teólogo y como papa, merece un lugar destacado en la historia moderna de la Iglesia católica.

El Vaticano se prepara para celebrar un singular ceremonial, la despedida de un papa cuyos funerales serán presididos por otro papa. Benedicto XVI, elegido por el cónclave en 2005, ha fallecido casi diez años después de haber renunciado a la silla de San Pedro, un gesto absolutamente infrecuente en la historia de la Iglesia. Pero la gran influencia de Ratzinger en el catolicismo y en el pensamiento moderno comenzó mucho antes de aquella elección. Aunque muchos, que le colgaron la etiqueta de ‘conservador’, lo han considerado como ejemplo de la resistencia de la Iglesia ante los cambios, Ratzinger fue un teólogo de ideas innovadoras, cuyo pensamiento recoge toda la tradición filosófica europea. Ese aspecto de su personalidad y de su trayectoria, la vida académica y su faceta como intelectual, es esencial para valorar su figura.

Hay que recordar que, como consejero del episcopado alemán, sus ideas y su presencia tuvieron un peso determinante en el Vaticano II (1962-1965), el concilio que dio un giro fundamental al catolicismo y abrió la Iglesia del siglo XX al diálogo con la modernidad. Más tarde, nombrado en 1981, por Juan Pablo II, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvo que asumir tareas como la reprensión de algunos aspectos de la llamada Teología de la Liberación; pero incluso entonces sus escritos seguían destilando rigor filosófico y honestidad intelectual. Cualidades que destacan también en su célebre diálogo con Jürgen Habermas, uno de los filósofos más destacados de Europa y fundamentador de los valores de la sociedad democrática.

Como papa tuvo el valor de reconocer y empezar a encarar el grave asunto de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, por los que pidió perdón. E intentó poner orden en la compleja y poco transparente burocracia vaticana, una tarea tal vez demasiado ardua y en la que sintió que había fracasado, lo que pudo ser el detonante de su renuncia, una decisión insólita pero que abrió paso a un pontífice con nuevas energías. Benedicto XVI no tuvo el carisma de Juan Pablo II ni la simpatía de Francisco, dos papas muy activos y dotados de un gran sentido para la comunicación. Pero fue un hombre reflexivo, un profesor y un pensador profundo, un auténtico intelectual, con cuya muerte Europa pierde también una voz relevante para el debate sobre sus propios fundamentos filosóficos.

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