Ecosociedad silente

Los incendios forestales produjeron momentos dramáticos este verano.
Los incendios forestales produjeron momentos dramáticos este verano.
UME

Pocos años como el pasado han mostrado señales tan impactantes sobre la sociedad ecodependiente. 

El tiempo meteorológico, principio y fin del indiscutible cambio climático, no ha contentado a casi nadie, menos aún a quienes desearían dominarlo para incrementar beneficios dinerarios. Muchos de ellos, grupos energéticos y fondos de inversión ubicados en el limbo sin fronteras, combinan el disfraz reclimatizador con actividades altamente contaminantes. Para pasar inadvertidos crean campañas de ecopostureo social. Hoy mismo su mayor desembolso en publicidad tiene color verde esperanza.

El clima, antes soportable por sus ritmos ya aprendidos, se ha rebelado en forma de calores insufribles en oleadas que atizaron incendios pavorosos y graves sequías. Tras ellos la sociedad sosegada apenas se inmuta, como no le quede cerca. Los récords de temperaturas máximas se enlazaron en cadenas limitantes. La agroganadería soportó nuevas dificultades, los precios de los alimentos se dispararon y no han bajado. Aun así, la sociedad apenas varió su forma de entender la vida colectiva, esa nebulosa que queda lejos en el espacio o en el tiempo.

Vino la invasión rusa de Ucrania -ahí sigue- y supimos que todo está interconectado. El alza de precios por la escasez del comercio mundial no hizo sino crecer, lastimando como siempre a los más vulnerables, a los más pobres. Pero a la vez nos demostraba que todos somos ecodependientes e interdependientes. Las colas delante de los centros que repartían comida dejaron de ser una anécdota. Mostraron lo mejor y lo peor de una sociedad enmudecida: la ayuda social y el olvido de las calamidades ajenas. Porque en España casi un tercio de las personas se encuentran bajo el umbral de la pobreza (la covid tuvo parte de la culpa, pero no toda). Solo claman por ellas las ONG como Cáritas, Cruz Roja, Unicef, Save the Children, Oxfam, etc., que se ocupan de dignificar la vida global socorridas por los ciudadanos que las sostienen con donativos. Algunas cuentan con ayudas de organismos oficiales.

Los precios de los combustibles motivaron despliegues políticos antes apenas vistos. Eso parece que incentivó el desarrollo de las energías renovables, inundando de molinos enormes muchos lugares de la España despoblada, del erial donde dicen que nunca pasa nada. Tantos gigantes que asustarían hasta al Quijote. A la vez España duplica la generación eléctrica con gas y carbón en lo que va de año; el mundo quema más carbón que nunca. Las gasolinas, por las nubes pero todo quisque se iba de vacaciones, quizás para liberarse de penurias pasadas o venideras. Al final se celebró la COP27 sobre el clima y no dio argumentos para que disminuya el desapego social a los grandes problemas.

Que la sociedad es ecodependiente lo demuestran incendios como nunca, costas arrasadas, pueblos anegados por lluvias torrenciales, incertidumbres agroganaderas, ríos sin caudales fijos, etc. Frente a este cúmulo de incertidumbres solamente cabe despertar, salirse del silencio, demandar a la clase política que cambie los insultos por propuestas, aproximarse al gobierno de cercanía para reclamar derechos perdidos por mucha gente. El Pacto Verde Europeo es manifiestamente mejorable: aquí mismo se ha empleado en resucitar actividades de cuestionable valor añadido porque tienen graves peajes ambientales; luego, de verde, poco en la balanza. Menos mal que la luminaria navideña oscureció los pesares, o los dejó en pausa.

Para rescatar esperanzas hacia 2023 acudo al ‘bienser’ de Emilio Lledó. Nos despierta de la melancolía, nos invita a no rendirnos, a ir más allá de los lugares comunes pisoteados. A preguntarnos en más de una ocasión por el verdadero significado de la honestidad. A buscar el ‘bienser’ antes que sublimar aquello del ‘bienestar’, que tanto predicamento tuvo que ha oscurecido la dignidad personal y colectiva. A explorar el beneficio del humanismo colectivo. Recuerdo decir al maestro que cualquier postura insolidaria -añado contra el planeta y sus criaturas- es un atentado contra el hombre. Lo aplico al deseo de que, entendiendo lo que tenemos ahora, hagamos memoria de los aprendizajes ecosociales guardados y midamos el tiempo que podemos permitirnos ciertos lujos de vida aislada. Al menos, sintamos y practiquemos la rebeldía ecosocial tranquila.

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