Escritor banalizado

Bob Dylan en concierto
Escritor banalizado
EFE

Al hojear el ejemplar, la sospecha se confirma. 

Previamente, ya me habían importunado el excesivo tamaño, la forma, casi cuadrada, y las letras del título del libro y del nombre del autor, mayúsculas, componiendo tres líneas ascendentes de distinto grosor, de color rojo chillón, cuya superficie satinada destaca sobre una fotografía en blanco y negro en papel mate.

En síntesis, el diseño del libro me parece un despropósito. Para empezar, en sus 340 páginas hay nada más y nada menos que 150 imágenes, de las que 104 son a toda página.

De niño, gozaba viendo solo las fotos y los mapas de las enciclopedias, y sigo disfrutando mucho de los libros ilustrados, pero hay obras, como esta, en las que el despliegue visual abruma, desvirtúa lo escrito. Sin embargo, esforzándome, creo que soportaría el mencionado exceso.

Lo que de verdad se me hace insufrible es la lluvia que cae torrencial e incesante sobre la narración, banalizándola, en forma de cenefas, estrellas, rayos, corcheas, claves de sol y otros signos. Parece que no se trate de leer, sino de ver y, sobre todo, de vender un libro, concebido como adorno, objeto de colección, o regalo navideño.

A mi entender, la inmersión de Bob Dylan en sesenta y seis canciones ajenas, convirtiéndolas en metáforas de su oficio y de la vida, necesita un entorno que otorgue el protagonismo al texto. Por el momento, adelanto que casi ninguna de dichas canciones me entusiasma, por lo que aún me resulta más atractiva la propuesta.

En lugar de leer elogios de lo que me gusta, suelo preferir, y me divierte más, que me muestren lo que no veo.

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