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  • Jesús Morales Arrizabalaga

El cambio ‘por el cambio’

El cambio por el 'cambio'
El cambio 'por el cambio'
Heraldo

Hace cuarenta años del primer Estatuto de autonomía de Aragón y de la primera victoria del PSOE en elecciones generales. 

Tengo recuerdos personales de ambos procesos. ¡Qué distintos! He vivido el Estatuto como un emparejamiento sin amor, en que al final, con los años y el trato, ha podido surgir cariño; además, todos se emparejaban. Lo del PSOE, fue un caso de arrebatamiento, de flechazo.

Bastaron tres palabras: "Por el cambio". El contexto era tan rico que un mensaje tan breve desplegaba un significado amplio y profundo. Hay que cambiar, nos decían. Suficiente. El estado de cosas era tan triste, tan desfasado, que una oferta abstracta de cambio era bastante. Sin repreguntas del tipo ¿cambiar qué?, ¿cambiar por qué?

Tampoco necesitaba desarrollo la llamada al progresismo. Por paradojas del lenguaje, el Movimiento Nacional había producido parálisis nacional. La simple perspectiva de moverse generaba esperanza. ¿Hacia dónde? Donde están los otros, nuestros referentes europeos. De los que ya sabíamos bastante –porque unas élites habían traspasado fronteras–, de los que ignorábamos lo suficiente para mantenerlos idealizados.

Hace cuarenta años estaba claro que la propuesta "Por el cambio" significaba dejar atrás la España de la dictadura para acercarnos a los modelos europeos

Hemos cambiado, pero partidos ya talluditos siguen pensando que pueden vestirse con la ropa de entonces. Si la descartan por inapropiada se debieran dar cuenta de que tienen el armario vacío. Han quedado sin doctrina. La invocación mágica de aquellas palabras ya no desencadena una explosión de significado, mucho menos de ilusión. Las tesis de entonces o se han abandonado o están felizmente realizadas y en buena parte infiltradas con las del antagonista: ¿Alguien hubiera imaginado a Alianza Popular asumiendo los modelos familiares que hoy asumen y acogen con naturalidad en el Partido Popular? Por no hablar de la Alianza Atlántica. Y tantas cosas. Opciones personales que se hicieron pasar por generales, como la legislación basada en una lectura conservadora del cristianismo, siguen existiendo, pero deslegalizadas y circunscritas ahora a la esfera de lo personal, de donde creo que nunca debieron sacarse.

Afrontamos una crisis de contenido que se agrava por los condicionamientos del formato: los instrumentos de comunicación electrónica más usados no dan espacio para el matiz que sostiene el rigor.

Hay que ponerse a discurrir. Se buscan nuevas palabras evocadoras. Muchas veces con la poca fortuna derivada de la improvisación y la falta de lecturas. Por ejemplo "austericidio": si homicidio es matar a un ser humano; entonces austericidio será terminar con la austeridad, lo contrario de lo que imagino quieren expresar (utilizar la austeridad para producir un daño letal a la gente). Si no ocupasen las instituciones que ocupan daría risa.

La izquierda ha hecho reducirse la marginalidad originaria que la hizo surgir (no tuvo que buscarla: estaba a la vista). Ese éxito explica que su lenguaje de progreso se llene ahora de expresiones conservadoras, de mantenimiento de las posiciones felizmente alcanzadas: conservar, proteger, mantener, garantizar...

Necesita nuevas bolsas de marginalidad a las que acoger en la casa común de la izquierda, con tantas habitaciones vacías desde que sus ocupantes fueron de vacaciones a Cancún. No puede arrogarse en exclusiva la atención a la marginalidad económica, porque conoce la cobertura que prestan la Iglesia y organizaciones no estatales sin ánimo de lucro. Buscan nuevos defendidos; expanden pequeños núcleos de marginalidad para convertirlos en grandes; son propicios los de tipo emocional identitario, tan difíciles de medir y verificar. Se magnifica lo minoritario para ocupar así el espacio abandonado por el proletariado industrial aburguesado.

Hoy los lemas políticos aparecen vacíos de significado, porque no está claro adónde queremos ir

Los líderes están desnortados y transmiten su desorientación a los ciudadanos. Los mismos que usan en campaña electoral una imagen enorme de la bandera española, legislan con la conformidad de los que la queman, y les conceden contraprestaciones por este apoyo.

Cambiar ¿qué? Progresar ¿en qué dirección? Basta de doctrina reactiva e improvisada; de lenguaje de madera. Paramos, pensamos y proponemos. La política no va montada en bicicleta: no es necesario pedalear para no caer.

Si vaciamos el espacio político de ideas y propuestas, si las reemplazamos por imágenes, sepamos que las batallas de imágenes las ganan siempre histriones narcisistas y payasos.

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