Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Portugal

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Heraldo

Podría afirmarse que el ciudadano español ha tenido tradicionalmente dos complejos: uno de inferioridad ante el mundo germánico y otro de superioridad respecto a su vecino peninsular. 

En relación al primero, Menéndez Pelayo decía en su ‘Historia de los Heterodoxos españoles’: "Allá por los años de 1843 llegó a oídos de nuestros gobernantes un vago y misterioso rumor de que en Alemania existían ciencias arcanas y no accesibles a los profanos, que convenía traer a España para remediar en algo nuestra penuria intelectual…". Y la nación que había producido genios de la talla de Cervantes y de Goya sucumbió a las oscuras teorías de un tal Krause. Todo ello sin desmerecer, ni un ápice, el extraordinario peso del pensamiento alemán en la historia de la filosofía.

Portugal es hoy en día uno de los países más estables de la Unión Europea y ha
evitado los problemas que la descentralización ha creado en España

Por el contrario, España y Portugal han permanecido tradicionalmente adosados por la espalda. Se podrá decir que la culpa es de ambos. Sin embargo, el más ‘grande’ debe asumir mayor carga de responsabilidad. El protector tradicional de Portugal ha sido Inglaterra. La política inglesa respecto al continente europeo ha consistido siempre en emprender alianzas destinadas a generar división.

Portugal es hoy uno de los países más estables de la Unión Europea. Mantiene su sistema tradicional de partidos y los extremos participan razonablemente en la vida política. Por cierto, su Transición de la dictadura a la democracia, cuyo hito fue la denominada Revolución de los Claveles, también puede calificarse de ejemplar y, en cualquier caso, produjo menos violencia y menos muertos que la española.

La larga frontera hispano-lusa, conocida como la Raya, no genera problemas. Es más, bien podría hablarse de un territorio permeable. Por el contrario, nuestra frontera con Francia, que tiene la mitad de longitud que la anterior, es un permanente foco de conflictos, pues nuestros vecinos galos siguen viendo en los Pirineos una fortificación que deciden abrir o cerrar a su antojo. Esta mentalidad perdura desde la época carolingia, cuando se creó la Marca Hispánica como un muro frente al invasor árabe, cuyas ‘almenas’, en forma de condados, configuraron nuestro pasado y condicionan nuestro presente.

La primera vez que viajé a Portugal fue con ocasión de un acto académico. Corría el año 2000 y Oporto se brindó para ser la sede del II Congreso Ibérico promovido desde la Fundación Nueva Cultura del Agua. La organización rozó la perfección. Y la palabra que más se oyó fue ‘obrigado’ (gracias).

En la sesión inaugural pude charlar durante unos minutos con el secretario de Estado de Aguas de Portugal. En un momento de la conversación le pregunté si su país tenía en marcha algún proyecto descentralizador similar al desarrollado en España. Sonrió y, con cierta sorna, me contestó: "Hace un siglo costaba recorrer Portugal de norte a sur dos días, hoy se puede acometer ese viaje en dos horas, para qué necesitamos la descentralización". Y me recordó que la Constitución portuguesa de 1976 proclama que el "Estado es unitario" y que la "soberanía, que reside en el pueblo, es una e indivisible".

La hermosa
utopía de una federación hispano-lusa parece un sueño irrealizable

¿Qué nos deparará el futuro? El iberismo alcanzó mala fama, hace casi un siglo, por culpa de los pistoleros de la FAI (Federación Anarquista Ibérica). Sin embargo, José Saramago, antes de su muerte, planteó una hermosa utopía, la federación hispano-lusa. Hoy es un sueño irrealizable. De momento debemos conformarnos con la llamada ‘excepción ibérica’ y con la candidatura conjunta para albergar la Copa del Mundo del 2030. Es mucho más probable que el futuro nos depare la distopía de ocho o nueve naciones ibéricas compitiendo por los laureles del pasado y las migajas del futuro.

Regresé a Portugal de vacaciones. Conocí Lisboa y leí a Pessoa, cuyo ‘Libro del desasosiego’ nada tiene que envidiar a las obras de algunos consagrados autores de su época. Lástima que fuera escrito en el extrarradio europeo y en una lengua desconocida para una mayoría que sigue despreciando cuanto ignora.

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