Otoño Albarracín

Camino natural del río Guadalaviar, a su paso por Albarracín.
Otoño Albarracín
Antonio García

Se idealiza tanto la primavera, que olvidamos el otoño. 

Es una época preciada, con o sin veroño, que la sierra de Albarracín agradece, y que más agradecimos nosotros. La carretera desde Madrid es parcialmente cutre y oscura, solitaria, con adelantamientos arriesgados; pueblos poste o postal (depende de la belleza) en las tripas de la España vaciada. Se nos hizo de noche por un accidente en la A2 tan eterno, que pareció ocurrir otro día y en los aledaños del Día de Todos los Santos, las hojas secas sonaban con penumbra a través de la ventanilla del coche. Era tétrico y silente como la Leyenda de Sleepy Hollow para una noche muerta que rompieron tres ciervos que nos cruzamos y que nos forzó a conducir con cautela, sin prisa, expectantes, como imaginamos que debería ser la vida. Con subidas y bajadas; con luz al fondo de un túnel, un río y el respeto a la memoria.

Albarracín, de noche, nos recibió entre calles solitarias, frescas, en defensa, rojizas, como esperando. Y la vida, puntual, encerrada en los bares y restaurantes que aún aguantan al descaro del turismo por el acento y la carta de costumbres. Ternasco, jamón y vinos de Aragón para salir al silencio. De día, Albarracín se gusta porque se desviste y desde lejos vimos sus recovecos; repetimos el paseo para mirar al otoño y al río Guadalaviar, y a esos árboles naranjas, amarillos y rojos que olvidan el reinado del verde. El otoño es valiente y su mejor cara, temeraria, muere pronto.

Como hay carreteras, se puede seguir buscando un motivo. Y como hay desvíos, sorpresas. Desde Albarracín y dirección Tramacastilla, a la izquierda, tras un camino y puente, se esconde la Hospedería El Batán. Acristalada y abandonada en compañía, se ilumina de noche sin ofender al color que la rodea. Hay silencio y la maravillosa comida de María José Meda, que emerge como si solo con la tierra y el agua el mundo pudiera seguir siendo posible. Y debe serlo porque la cobertura no es el fuerte de estos pueblos que no se escuchan cuando atardece y que te hacen imaginar una vida recogida y distinta que desconocemos. Con esa certeza nos fuimos, de nuevo, por carreteras lentas, con baches, elevadas, depresivas, sinuosas, abandonando una forma de existir que te espera, te atrae y te aleja, como las cosas que pensamos que nos hacen felices.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión