Por
  • Ana Alcolea

¿Otoño?

Otoño en agosto en Zaragoza
¿Otoño?
Francisco Jiménez

Los árboles del canal, al menos los que veo desde mis ventanas, siguen verdes, ni siquiera han empezado a dorarse. 

Yo sigo desayunando en la terraza en camisón y albornoz. Me pongo calcetines porque me gusta tener los pies calentitos y protegidos hasta en verano. Salgo de casa con botas de invierno, vestido de verano hispano y chaqueta de verano nórdico. Los bulbos de las macetas andan tan despistados que ya empiezan a sacar hojas que crecen cada día a un ritmo primaveral. No sé si tengo que podar la hortensia y el rosal o si debo dejarlos tranquilos y a su aire. ¿Aire? Ni el cierzo ha llegado. Dicen que estamos en otoño y ya han cambiado la hora para que los de siempre gastemos más electricidad. Hacen falta noches frías para que las ánimas salgan a pasear en la noche de difuntos. Un fantasma que no desprenda vaho de su mentida boca no es un fantasma. Don Juan este año no se ha reunido con doña Inés en el cementerio. Las calabazas, como los carruajes urbanos, se han declarado en huelga. Los dobles de don Paco observan estupefactos a los paseantes del otoño que lo miran igualmente estupefactos. Solo los tilos han empezado a ruborizarse ante sus miradas graves, y ante la llegada inminente de la Navidad que ya se anuncia en algunas calles y en la gran tienda que domina el centro de Zaragoza. Las todavía apagadas luces de adviento borran de un plumazo la posibilidad de que el otoño pinte una acuarela que dé fe de que todavía existen otras estaciones que no sean las de los trenes.

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