Una almeta

Una almeta
Una almeta
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Una mariposa blanca pequeñita revoloteaba y se chocaba contra el cristal de mi ventanilla.

Estábamos en un atasco. Esa tarde llevábamos a mis tíos a Puerto Venecia, a ver muebles para su nueva casa, y coincidimos con la peregrinación al cementerio de Torrero. La mariposa insistía desde fuera a la altura de mi oído derecho. No me atreví a bajar la ventanilla por no asustarla, o por no escuchar lo que quería decirme. Hay un cuento tradicional japonés en el que una mariposa blanca guía al sobrino de un moribundo hasta la tumba donde yace la amada de su tío, muerta en su juventud, y al regresar a la casa, el tío ha muerto. Deduzco que mi mariposa blanca solo podía ser una ‘almeta’ a la que tendría que haber seguido, pero no suelo hacer esas cosas cuando voy acompañada. Desde hace unos días arrastro un malestar indescriptible porque soñé con una explosión nuclear que me hizo saltar de la cama. "Hoy una mano de congoja / llena de otoño el horizonte. / Y hasta de mi alma caen hojas", escribió Pablo Neruda en un poema titulado ‘Mariposa de otoño’. Que haya mariposas en esta época del año, o que florezcan los crisantemos (las margaritas del otoño), es un consuelo y una invitación para disfrutar del día a día. El poema de Neruda termina así: "La mariposa volotea, / revolotea, / y desaparece".

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