Transformación docente

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Krisis'22

Cada cual tiene su historia sobre cómo determinados docentes incentivaron el aprendizaje de tal materia o lo limitaron, de la direccionalidad profesional que condicionaron sin saberlo. 

El filósofo y profesor Emilio Lledó (premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, y premio Nacional de las Letras Españolas) tuvo como maestro a don Francisco, quien en plena Guerra Civil conseguía crear un espacio de alegría y libertad para sus alumnos mediante la lectura. Después interrogaba sobre las inspiraciones que les había despertado tal o cual texto. Los estimulaba a pensar sin saberlo ellos mismos. Nos resumió su brillante tarea docente en una frase: la esencia de la educación es pensar el mundo como posibilidad. Albert Camus, uno de los escritores más importantes del siglo XX –ahí están entre otras obras ‘El extranjero’ o ‘La peste’–, recalcaba tras recibir el Nobel de Literatura que sin la mano afectuosa que le tendió su querido maestro, el señor Germain, sin su enseñanza y ejemplo, nunca hubiera logrado laureles. María Zambrano, hija de maestros, defendía la acción mediadora de la escuela. De entre las muchas enseñanzas destacamos aquella que decía: no tener maestro es no tener a quien preguntar y más hondamente todavía, no tener ante quien preguntarse.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero la figura de los maestros y las maestras resiste en la historia personal de cada uno de nosotros. Será por eso que en el calendario, oculto entre los muchos recordatorios, aparece un día –por aquí el 5 de octubre– que sirve apenas para evocar a los docentes. Esas figuras, casi siempre anónimas para la sociedad, se dedican a explorar y acrecentar las posibilidades educativas de cada persona, en unos centros con tantas diferencias entre la educación infantil hasta la universitaria; la educación es uno de los nexos que los une. Porque en cualquiera de los escenarios, que todavía no se han recuperado de los recortes presupuestarios que empezaron hace más de una década, habrá docentes empeñados en enseñar a interpretar el mundo presente o por venir.

Con seguridad, Camus y Zambrano se sorprenderían al ver las escuelas actuales. Lledó no tanto porque ha sido un vigilante permanente de nuestra educación a través de las palabras; ya se lamentó de los estragos de la pandemia y otros recortes en la enseñanza pública. Desconocemos cómo interpretarían lo del fracaso y el abandono escolar, si la educación española mejora o empeora a la vista de los informes PISA (algo con lo que tardarían en congeniar). Incluso es probable que todos suscribiesen una idea emergente entre quienes pensamos en la educación desde fuera del sistema: la transformación educativa comienza con el profesorado.

Alrededor de 130 países se reunieron en la Cumbre de Naciones Unidas para la Transformación de la Educación (TES, por sus siglas en inglés) que tuvo lugar en Nueva York en septiembre. Allí se comprometieron a priorizar la educación. Pero, absorbidos como estamos por las nuevas tecnologías, se olvidaron de la formación docente; sin llegar a compromisos nacionales para dignificar al profesorado. Todo a pesar de que la Unesco estima que se necesitarían en torno a 69 millones de docentes más y mejor formados para alcanzar una educación de calidad de acceso universal.

Algunos colectivos de España ven en la transformación de la profesión docente una primera oportunidad para concertar el inexcusable Pacto Educativo, que debería llegar con suficientes recursos. Recordemos que los docentes han demandado en repetidas ocasiones una actualización de su profesión para hacer bien lo nuevo que se les exige y una concreción pausada de otro modelo de educación más centrado en el alumnado y menos en los desmesurados currículos. Todavía suenan aquí los ecos de lo dicho por Andrew Hargreaves (especialista en educación y profesor en Ottawa), que participó recientemente en el IV Congreso de Innovación Educativa en Zaragoza: no eduquéis a vuestros hijos como si la niñez fuera la sala de espera de otra cosa, mejor dar prioridad al cuidado integral del alumnado. Mediante esa práctica los docentes anónimos, muchos en el mundo rural, se convirtieron en personas recordadas. Como les sucedió a quienes enseñaron a Albert Camus y Emilio Lledó, a Josefina Aldecoa y su ‘Historia de una maestra’.

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