Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿Volvemos a estar indignados?

¿Volvemos a estar indignados?
¿Volvemos a estar indignados?
POL

Hegel fue el primer filósofo que entendió la Historia humana como un proceso coherente y evolutivo. 

Veía esa evolución como el desarrollo progresivo de la razón que acabaría generando la expansión de la libertad. En 1989, en el contexto de la perestroika (con la que cayó el Muro de Berlín) y los disturbios en Tiananmen, Francis Fukuyama saltó a la fama por un polémico artículo, ‘¿El fin de la historia?’, en el que planteaba que la victoria de la democracia liberal capitalista sobre el comunismo y el fascismo era definitiva. Tanto que podía significar el cese de los grandes cambios ideológicos. Solo el nacionalismo y los fundamentalismos religiosos constituían un peligro. Ahora, convertido en uno de los politólogos más influyentes del mundo, acaba de publicar otro artículo para insistir en las mismas tesis porque, según su opinión, así lo evidencian la debacle rusa en Ucrania, la caída del crecimiento económico en China y la crisis perpetua del mundo musulmán.

En Reino Unido cae otro primer ministro tras sólo 44 días en el cargo, los franceses hacen huelga contra Macron, Italia y Suecia votan a la extrema derecha y Sánchez
se hunde en las encuestas…

Esta reafirmación liberal llega precisamente cuando las democracias europeas están sufriendo convulsiones por la indignación de los ciudadanos: desde Londres a París, pasando por Roma, Estocolmo o Copenhague. Lo paradójico es que surgen cuando más se ha fortalecido el Estado del bienestar en toda Europa por la lucha tanto contra la pandemia como contra los efectos de la guerra energética declarada por Putin. El reforzamiento de los presupuestos sociales es precisamente una de las propuestas que el propio Fukuyama lanza en su último libro, ‘El liberalismo y sus desencantados’ (2022), donde sienta las bases de lo que hoy debe ser una democracia: los liberales clásicos, asegura, tienen que admitir la necesidad del Estado para impulsar el crecimiento económico y la libertad individual.

Vivimos, pues, una época de Estados mucho más grandes y poderosos. Esto, sin embargo, no es garantía de éxito. Si no solucionan los problemas de la gente acaban generando más descontento y desafección. Por muchas y variadas políticas sociales que se apliquen, el votante monta en cólera si ve que cada día le cuesta más llenar la cesta de la compra o que el sueldo ya no le llega ni para pagarse un nuevo teléfono móvil. Y eso se traslada a las urnas: los ciudadanos no votan por la política económica del Gobierno, sino por la situación económica de su hogar.

Fukuyama pisa firme cuando revalida el triunfo de los valores de la Ilustración. Sin embargo, se equivocan quienes solo se queden con la victoria en el terreno de la razón, pues a la ciudadanía también se le conquista en el plano de las sensaciones, los sentimientos y las emociones.

¿Volvemos a estar enfadados los ciudadanos?

La inflación galopante y la consiguiente disminución del poder adquisitivo hacen que hoy muchas personas sientan desasosiego. De hecho, la pobreza o la desigualdad tradicionales se soportan mucho mejor que una repentina frustración de expectativas. Por eso hay que leer lo que ocurre en el Reino Unido, Francia o Italia como un contagioso movimiento social en favor de salarios más altos y en contra del encarecimiento de la vida como efecto inmediato de la guerra de Ucrania, a la que no se ve fin.

El éxito de la doctrina liberal, apadrinado por Fukuyama, se fundamenta en el atractivo de sus principios: imperio de la ley, dignidad de la persona, pluralismo y derechos humanos. Además, ha generado más riqueza y bienestar que ninguna otra ideología. Lo cierto es que ha sido la democracia la que ha extendido la dignidad, antes reservada a una minoría selecta, a todos los hombres y mujeres sin excepción por el mero hecho de ser seres humanos. Esta dignidad personal es la que ahora se empieza a rebelar ante el devenir de los acontecimientos: la desigualdad material duele aún más cuando el mismo sistema que la permite proclama la igualdad de oportunidades. Si soy igual que el que vive mejor, ¿por qué yo vivo peor?

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