Por
  • Julio José Ordovás

Cuestión de fe

Cuestión de fe
Cuestión de fe
Pixabay

Estuve con mi amigo César la semana pasada. 

Hablamos regularmente por teléfono pero hacía como un siglo que no nos veíamos. El trabajo y las ataduras familiares no me permiten viajar todo lo que me gustaría y a César, después de un divorcio que le hizo cambiar de profesión y de ciudad, le daba miedo volver a Zaragoza.

Quedamos en Independencia a media tarde. César, puntual por una vez, me esperaba sentado en una terraza. A medida que me acercaba a él, pensaba que seguía igual que cuando nos conocimos. Ni siquiera había cambiado una sola ondulación de su pelo. Nos saludamos sin efusiones exageradas y nos sentamos frente a frente.

Debíamos parecer dos detectives melancólicos compartiendo los restos de una botella al final de un caso tan enrevesado como poco memorable. "Así que has vuelto a Zaragoza", le dije. "No he vuelto, solo he venido", me corrigió.

Se quitó las gafas de sol. Hablamos de política, aunque lo cierto es que el único que habló fue él, yo me limité a escucharle. "Abandoné la fe católica para abrazar, casi inmediatamente, la fe marxista. A fin de cuentas, Marx y Engels también tenían barbas de profetas. Yo, como tantos otros, era marxista sin haber leído a Marx, que es igual que decir que tu cantante favorito es Bob Dylan sin saber más de cuatro palabras en inglés", me dijo César. Y siguió: "Tuvieron que pasar unos cuantos años para que me diera cuenta de que mi izquierdismo era una continuación del catolicismo por otros medios pero sostenido por la misma fe". "Nos hemos hecho mayores", le dije después de un breve silencio. "Mayores e incrédulos", añadió mi amigo con una sonrisa un poco triste.

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