¡Zaragozanos, zaragozanas!

Viva la Virgen del Pilar! 

¡Viva Zaragoza! Estas son las primeras palabras que diría si algún día tuviera el gran honor de ser pregonera en nuestras fiestas. Imagino un clamor en la plaza, una marea de cachirulos y multitud de paisanos con ganas de disfrutar. Veo a los mayores con sus bastones, a los pequeños a hombros de sus padres y a las parejas de la mano. Gente con sed de jotas, de cabezudos, de gigantes, de ofrenda, de música y de fuegos artificiales. Muchos vecinos y gentes de nuestros pueblos, que bajan a Zaragoza a ver qué se cuece. Se ve a la peña de Los Marinos, a los de la Peña Forca, los del Rebullo y a los Chachos, pero ambientan todas las peñas. Los zaragozanos contienen la respiración. Y a mí, que soy la pregonera de esta ficción, se me sale el corazón del pecho. Noto cómo la ciudad vibra y todos juntos, parecemos uno solo. Tremendamente emocionada, comienzo a agradecer: a mi madre, el que hiciera de Zaragoza escenario de algunas de sus muchas novelas. A mi padre, que la llenara de arte con sus campañas de publicidad. A mis abuelos paternos, que vistieran con tanta elegancia a los zaragozanos y a mis abuelos maternos, que crearan negocios emblemáticos, y ya en la memoria como los de la Viuda de Irisarri o Gambrinus y Ambos Mundos. Cuento en este pregón que mi familia es sólo un ejemplo de entre las muchas otras que trabajaron duro para hacer de Zaragoza la quinta ciudad de España. Por ellos, por nosotros y por nuestros hijos, termino el pregón diciendo: ¡Viva Zaragoza!