Al otro lado del péndulo

Al otro lado del péndulo
Al otro lado del péndulo
Pixabay

Toda sociedad construye su particular universo simbólico. 

Desde ahí se trazan límites, por así decirlo, al campo de lo cotidiano y de lo extraordinario. Se cerca la vida con una valla las más de las veces intangible pero con efectos directos en el día a día. De hecho, sólo ingerimos lo que socialmente consideramos comida. Por ejemplo, aquí rara vez alguien piensa en almorzar chapulines fritos o escamoles con epazote porque no vemos en los saltamontes ni en las hormigas ninguna riqueza gastronómica. Lo mismo pensarán en muchos lugares del planeta cuando nos ven disfrutar de unas buenas magras con tomate o de caracoles con chorizo. E igual sucede con asuntos más sofisticados como la belleza, lo justo y lo injusto, lo moralmente aceptable y su contrario e incluso con lo sagrado. Esto es algo bien conocido en las ciencias sociales.

Como también son conocidos los mecanismos de control social que mantienen esa valla simbólica en su sitio. Cualquier cosa o persona que transgreda esos límites intangibles experimentará una fuerza equivalente en sentido contrario. Aunque en esto las condiciones de contorno añaden algo más de complejidad, la tercera ley de Newton sirve en los sistemas sociales. Así para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto. Primero se aplica de forma terapéutica, insistiendo en la vuelta al redil. Segundo, si no funciona y la herejía se mantiene en el tiempo, se intenta la aniquilación. El sistema se defiende extirpando la diferencia, si no lo consigue o bien nace un héroe o un apestado. El resultado final depende del éxito entre la gente a la hora de aceptar el cambio de los límites simbólicos.

La batalla por la hegemonía cultural es una de las arenas donde se deciden
incontables aspectos de nuestra vida cotidiana

Cuanto más cerrado y menos cosmopolita es el sistema social en cuestión, más evidentes son esos procesos. A medida que se amplía la diversidad de perspectivas, los límites también se hacen más porosos y flexibles. Los códigos socialmente establecidos no son eternos y se ven sometidos a dinámicas de transformación donde los valores aceptados y los horizontes de sentido mutan. No por arte de magia, si no por las interacciones entre generaciones y su entorno; en ocasiones de manera traumática y violenta mediante revoluciones y guerras, por lo general, de forma sutil, como por decantación.

Esto lo experimentamos en nuestras propias vidas. El mundo de nuestros mayores se quedó atrás, mientras el de nuestros hijos desborda el nuestro como padres. A ello contribuyen una cadena de elementos y de relaciones estructurales que generan procesos de innovación y de sedimentación similares a las dinámicas de los materiales en el cauce de un río. Como aquel de Heráclito, donde sabemos que nunca nos bañamos en la misma agua, pese a que el cauce discurre por el mismo lugar.

Por tanto, no es trivial
reflexionar sobre los cambios que se producen e intervenir conscientemente

Se necesita tiempo para observar esos cambios y constatar sus efectos. Con la edad, si se llega a viejo y con la cabeza lúcida, se pueden narrar esos procesos que siempre nos superan. De hecho, somos irremediablemente resultado de la sociedad en la que vivimos mientras que esa sociedad es fruto de lo que somos y hacemos. Por eso, se lidian conflictos más o menos soterrados para mantener valores, perspectivas y relatos de manera hegemónica. Quienes consiguen domesticar el cauce del río y llevar las riendas de su mundo, suelen resistirse a aceptar visiones distintas. Esa batalla por la hegemonía cultural es una de las arenas donde se deciden incontables aspectos de nuestra vida cotidiana. Por tanto, no es trivial reflexionar sobre los cambios que se producen e intervenir conscientemente.

En estas cuatro últimas décadas se ha producido lo que pronóstico Alfonso Guerra en su día: "A España no la va a conocer ni la madre que la parió". El propio Guerra es hoy un vejestorio al que ni se le levanta el brazo como en aquellos años ni tantas cosas como entonces reclamaba. Estamos viviendo los efectos de su siembra y la de sus correligionarios. Por en medio, se han amalgamado otras influencias. En lo esencial la sociedad española sufre los efectos de aquella batalla cultural. Después el paso del ínclito Zapatero dejó abonado el terreno para encontrarnos donde nos encontramos. Pudiendo ser una sociedad abierta y tolerante, estamos en la senda de la intransigencia del signo contrario. Vamos al otro lado del péndulo.

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