Por
  • Eva Cosculluela

Polvos y lodos

El Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid.
El Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid.
Europa Press

Parece mentira que en pleno siglo XXI, en una sociedad moderna y evolucionada los estudiantes de un colegio mayor abran sus ventanas y griten a las chicas del colegio de enfrente: «Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas, sois unas putas ninfómanas.

 Os prometo que vais a follar todas…». Algo en el tono sugiere que estos neandertales no preguntarán antes si les apetece. El vídeo es terrorífico: la oscuridad, las luces anaranjadas y rojizas que los cobijaban en grupos y el rumor de los gruñidos animales recuerdan al KKK. Ese grito, la señal esperada para que todos abran sus persianas y se unan a la jauría, produce espanto. Esos jóvenes -más de cien- se están formando como personas (que falta les hace) y como profesionales en la Universidad. Dentro de unos años pueden ser médicos, maestros o jueces. Y viendo la consideración que tienen hoy sobre las mujeres, no es de extrañar que uno de ellos sea, por ejemplo, como el juez que acaba de reducir la condena al hombre que asesinó a su mujer y dejó su cadáver con sus hijas de dos y cuatro años, al no entender que su acción provocara daños psicológicos en las niñas. De aquellos polvos, estos lodos.

Cuando escuchen decir que las mujeres exageramos cuando confesamos tener miedo, cuando oigan que nos acusan de inventar agresiones, cuando vean a alguien reírse de nosotras por quejarnos de micromachismos que con el tiempo se convertirán en machismo con mayúsculas, cuando nos llamen feminazis o histéricas, recuerden el grito de la jauría.

Eva Cosculluela es librera

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