Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

De las coderas, a las rodilleras

De las coderas a las rodillas
De las coderas, a las rodilleras
Heraldo

De todas las aseveraciones sobre la muerte de dios, la más célebre es la de Nietzsche, que marcó el devenir del siglo XX. 

Posteriormente, y a raíz de mayo del 68, fecha clave para entender el declive de las sociedades democráticas, se hizo popular una pintada en los muros de algunas ciudades occidentales: "dios no ha muerto, mátalo". Actualmente, bien podría afirmarse que dios se ha suicidado. Siempre había creído que el suicidio es el único acto humano que está vedado a los dioses, pero estaba equivocado, sólo hay que mirar a las estancias vaticanas. He escrito ‘dios’ con minúscula por respeto a los creyentes, para no mezclar el dios de los profanos con el de las Sagradas Escrituras.

Recientemente, el vicario de Cristo se plantó en Canadá, que debe de estar más cerca del Vaticano que España, para pedir perdón por algunos crímenes cometidos por la Iglesia y, en consecuencia, por Occidente. Supongo que el mayor de todos ellos debe de ser la cristianización. Ahí realizó una curiosa ‘performance’, cubriéndose con las tocas indígenas, y pidió clemencia por hechos acaecidos en los internados católicos cuando aún estaban bajo la autoridad de su Graciosa Majestad. Especialmente conmovedor para la prensa iliberal fue descubrir el gran número de niños que fallecieron en esos colegios, seis mil llegaron a computar. Cabe recordar que la mortalidad infantil ha sido terrible hasta hace muy poco. A Dolores Ibárruri se le murieron cuatro de sus seis hijos. Pero la Pasionaria es una heroína y los curas canadienses, unos viles asesinos.

Hace poco, Masha Amini, una joven iraní de origen kurdo, fue detenida por la Policía de la Moral, cuerpo de connotaciones orwellianas, por no usar su hiyab correctamente. Apareció muerta a las pocas horas, como consecuencia de la paliza que recibió. En el fondo, a Amini la mataron por ser mujer, una mayoría de la población con los derechos debilitados, y por ser kurda, una minoría étnica tradicionalmente perseguida.

Es curioso que la izquierda española apenas haya reaccionado ante
el asesinato en Irán de la joven Masha Amini, detenida por la Policía porque llevaba
mal puesto el velo

Vayamos por partes. El artículo 147 del vigente Código Penal iraní fija en nueve años la edad de responsabilidad penal de las niñas, siendo de 14 años la de los niños. La mujer goza de una única ventaja respecto al hombre, y es en el ámbito de las relaciones homosexuales. En efecto, los artículos 237 y 239 del referido texto legal, dedicados al lesbianismo, se limitan a castigar dicha conducta con cien latigazos, frente a la pena de muerte prevista para los gais.

Lo más sorprendente es que en Irán, a través de una fetua, se ha regulado el matrimonio de placer o temporal, con fecha de caducidad. Una mujer y un hombre firman un contrato matrimonial para un tiempo determinado. El hombre, a cambio de disfrutar físicamente del cuerpo de la mujer, debe pagarle una dote, careciendo de cualquier otro derecho. Esta práctica, prohibida en los tiempos del sah, está siendo utilizada para encubrir la prostitución. Los ayatolás serán retrógrados, pero no tontos. Saben, al contrario que algunas feministas españolas, que la prostitución se puede prohibir, pero no ‘abolir’.

Cuando hace un par de años, un policía blanco asfixió a George Floyd, presionando su rodilla sobre el cuello del afroamericano, Occidente se estremeció. Unidas Podemos propuso la inmediata aprobación en España de una ley antirracista. Sin embargo, la muerte de Amini sólo ha provocado un velo de silencio. ¿Acaso la izquierda española, que se conmueve más por el asesinato de un hombre que por el de una mujer, es machista? ¿O es racista y desprecia a la minoría kurda? ¿O, acaso, es el vil metal, en forma de riales iraníes, lo que cierra muchas bocas?

Parece que la indignación es selectiva

Si una afroamericana hubiera aparecido muerta en una comisaría estadounidense, se nos habría impuesto la obligación de iniciar todas las clases hincando nuestra rodilla en el suelo, que ya da más réditos universitarios que hincar los codos.

Y es que Occidente lleva mucho tiempo dispuesto a hincar la rodilla por todo y ante todos.

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