España, a flote

Los precios de la cesta de la compra bajarían si los productos fueran 'del campo a la mesa'.
Los precios de la cesta de la compra bajarían si los productos fueran 'del campo a la mesa'.
Noelia San José / HERALDO

En mitad de esta tormenta inflacionista, HERALDO publicaba hace apenas dos semanas una información de gran interés: la cesta básica de la compra se abarataría un 500% si los productos fueran directamente del campo a la mesa.

 El análisis, que comparaba los precios de venta al público con el coste al que venden los productores, dejaba datos tremendos: por ejemplo, que pagamos un 563% más por las zanahorias; o un 553% más por la lechuga. Esto descubre un panorama desolador que tumba aquel revival de los felices años 20 que se nos prometían para el mundo pospandemia, relegando a la mayoría de la sociedad a una existencia con miedo: a pasar frío en invierno, calor en verano; a no comer fruta o verduras; a racionalizar cuándo se come según qué carne. Y tengo la sensación de que estamos entrando en una dinámica de aceptación de los temores como última cuerda que nos ata como mayoría: la unidad ya es porque aguantamos, esperamos, confiamos; no porque transformamos o reivindicamos. Hay una exitosa política del apaciguamiento social aderezada por años de individualismo y supervivencia, que arrincona desesperadamente cada día que pasa a ese estado del bienestar que se puso a dieta antes de la inflación, y que se desecha cuando de su existencia se espera también que no solo regule o administre las herramientas públicas sino que procure un bienestar de la mayoría que también debe llamar a puertas privadas.

Hemos confundido la competitividad y el libre mercado, dos herramientas esenciales para el progreso, con la barra libre del manejo de nuestras necesidades. Un hecho que no solo redunda en los precios de la compra sino que afecta a otros resortes como la sanidad, donde ya estamos empezando a escuchar discursos como que no debemos tener la mejor sanidad del mundo sino la mejor sanidad que nos podamos permitir. Un cambio de discurso al que, antes de apuntalarse, convendrá preguntar: «¿Que se pueda permitir, quién?».

La voracidad connivente de algunos sectores nos va a exigir como sociedad una participación política y social activa y pacífica para evitar el desgajo democrático que arrastra a un Estado donde el velo de discursos que parecen flotadores nos ocupe mejor en preguntar primero si hay botes salvavidas para todos y después asegurar que nos los vamos a poder permitir.

@juanmaefe

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