Por
  • Juan José Carrascón Concellón

Los pájaros

Los pájaros
Los pájaros
H.A.

Tenemos delante de nosotros numerosos retos –económicos, sociales, energéticos, ambientales–, pero sin ser excesivamente ambicioso voy a centrarme en algo que está en nuestras manos, algo que en principio es sencillo de solventar, pero que se está convirtiendo en una pesadilla. 

Me refiero al acoso escolar y, por qué no, al acoso que se lleva a cabo en el ámbito laboral. Este ‘modus operandi’ también ha sido bautizado como ‘bullying’, término que proviene del inglés ‘bully’ o matón.

El acoso escolar y laboral es un fenómeno social de agresión intencional de uno o unos sobre otro u otros de forma reiterada y mantenida en el tiempo, en la que existe desequilibrio de poder entre quien agrede y quien es agredido. También podríamos darle una connotación ética en el sentido de considerar el acoso como una conducta de transgresión moral, en la medida en que tanto el agresor como los observadores directos del fenómeno lo reconocen como una conducta inmoral e injusta.

Se sabe que el ‘bullying’ o acoso es un fenómeno grupal tanto en el colegio como en el ámbito laboral, puesto que una variedad de funciones concurre en los testigos o más bien espectadores, explicando el acoso de compañeros como un fenómeno de la microcultura social. Lo que quiero decir es que, aunque no seamos nosotros los autores directos, somos una especie de cooperadores pasivos. Esto es muy importante porque quizá con una actitud activa en contra de estos abusos se evitaría un resultado funesto.

Los padres tienen una clara responsabilidad a la hora de evitar y corregir los casos
de acoso escolar

Las situaciones que muchos niños viven en nuestros colegios e institutos es una suerte de pandemia que con los años no solo se ha agravado, sino que se ha enquistado. Decirle a un niño ‘gordo’, a una niña ‘tonta’, llamarlos ‘cuatro ojos’ o simplemente hacerles vacío o calificarlos despectivamente como ‘empollones’ es a veces visto por los mayores de edad con ojos de ‘cosas de niños’. Pues no, no es cosa de niños, es cosa de sus padres. Voy a explicarme con detenimiento.

No podemos permitir que nuestros hijos se burlen de otros, cuenten mentiras, hagan el vacío o peguen y agredan a sus compañeros. Estas conductas no son de niños. Lo peor de todo es que haciendo un ejercicio de comprensión he llegado a la inevitable conclusión de que estamos dentro de un círculo vicioso.

Muchos de los padres de hoy en día vivieron en ese sistema educativo que, ni mejor ni peor, tapaba esta maldición. A su vez, en muchos casos esos padres fueron víctimas de acoso y normalizaron lo que no es normal. Con los años, los niños crecieron y fueron padres y compañeros de trabajo. Desde mi experiencia profesional he visto de primera mano conductas ya llevadas a cabo por adultos que son comportamientos intolerables, perniciosos y que un ser humano no debería soportar. Muchas veces estas personas acosan al modo y manera que los niños lo hacen en los colegios, recordándonos a la película ‘Los pájaros’, de Alfred Hitchcock, donde el ataque es grupal ante una víctima sin oportunidad de escapar. ¿Qué ejemplo estamos dando a nuestros hijos?

Nuestros maestros y profesores son parte de la educación de nuestros hijos, pero somos nosotros los que tenemos que continuar con su labor en casa. Tenemos que poner coto a este ‘modus vivendi’. Si no ‘instalamos’ ese ‘software’ educativo en nuestros hijos, el día de mañana se convertirán en una suerte de robot que dé sustento a un círculo sin fin de acoso.

No podemos considerar como normales conductas de agresión
reiterada, aunque muchos adultos las viviesen también cuando eran niños

Todos sabemos qué haríamos si tuviésemos un hijo víctima de ‘bullying’. Hablaríamos con él, podríamos llevarlo al psicólogo, hablaríamos con los profesores, con los padres del niño acosador (aunque a veces es contraproducente y echa más leña al fuego al no reconocer estos la culpabilidad de su santo hijo), exigir medidas al centro. A veces, y más de las que nos gustaría, el remedio final es cambiar a nuestro hijo de colegio. Es decir, se quedan los acosadores, se va la víctima.

Sin embargo, nadie se pregunta qué hacer si nuestro hijo es el acosador, porque nuestro hijo nunca haría algo así, claro. Es difícil y doloroso descubrir que tenemos un hijo que es un acosador escolar. Realmente, esa situación enmascara algo peor, toda vez que ese daño que causa a su alrededor es un síntoma claro de que no es un niño seguro y feliz. Para poder poner fin a esta lacra social hagamos todos un ejercicio desde casa, desde el trabajo, desde nuestro día a día, y seamos asertivos, comprensivos, empáticos; en definitiva, seres humanos.

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