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Cartas al director de HERALDO: Los ladridos de Toby, Jackie, Ron, Luna

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Los ladridos de Toby, Jackie, Ron, Luna
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Los ladridos de Toby, Jackie, Ron, Luna

Recuerdo cuando la vi por primera vez, cachorra, contenta, jugando con sus nuevos dueños en su nuevo jardín. 

Los niños corrían a su alrededor. Todos muy contentos, incluida la perrita. Los amos acababan de mudarse a la nueva casa. Era la primera vez que disfrutaban de una casa con jardín, y acababan de añadir el complemento perfecto. Ahora ya tiene un año y aunque ha crecido, sigue siendo cachorra. La escucho a diario, a cualquier hora. Un ladrido frenético, medio lloriqueante. Miro por la ventana y la veo sola, pegada al ventanal de su casa, nerviosa, de lado a lado, intentando llamar la atención de su ‘familia’, viendo como juegan y ríen en el interior de la casa. Pero nadie le hace caso, como al principio. Vive encerrada en un bonito jardín. Sola. Intentando llamar la atención. Ladrando sin parar. Su ‘familia’, satisfecha, pensando que le han dado una vida mejor, pues no le falta agua y pienso. Hoy, ladra a todo. A un pájaro que se posa en su territorio, a un peatón que pasa cerca de la casa, al ruido de una persiana, al cartero, al vecino de al lado, que charla con su familia en el jardín… Cualquier día, a cualquier hora, prestas atención y puedes escuchar un perro ladrando. Cerca o lejos, pero siempre hay un perro ladrando. La mayoría de vecinos, silenciosos, respetuosos con la comunidad, aguantamos estoicamente los ladridos de Toby, Jackie, Ron o Luna; mañana, tarde y noche, lectivos y festivos.Y, cuidado, no trates de hablar con los amos para decirles educadamente que intenten hacer algo para evitar los ladridos, porque la respuesta casi siempre es la misma: sorpresa o conflicto. Al día siguiente, el despertador perruno vuelve a funcionar, robándote las horas de sueño que aún te quedaban. Al final, todo es una cuestión de responsabilidad y educación. Canina y humana

José Luis Bermejo Lorente. Zaragoza

En homenaje a Gorbachov

Mijail Sergueievich Gorbachov ha muerto. El sindicato polaco Solidaridad, creado por la Iglesia católica, coadyuvó a la revolución pacífica del trabajo, en un sistema socialista que pretendía defender la dignidad de los trabajadores sin conseguirlo. El sindicato Solidaridad causó el fin de dicho sistema y logró la libertad en los países satélites del centro-este de Europa. La visita de Gorbachov al papa Karol Wojtila, con la mediación del general Jaruzelski, presidente de Polonia, ayudaría a esa liberación. Gorbachov había leído las encíclicas sociales del papa polaco y estaba de acuerdo con principios como, por ejemplo, la participación de los trabajadores en la empresa, que pretendía aplicar en su patria, no siendo ya las empresas propiedad del Estado. Era la conversación, impensable años atrás, entre dos eslavos que iban a cambiar la historia. «Hacia una nueva civilización», decía el líder soviético; «a la civilización del amor», predicaba Juan Pablo II en una feliz sintonía. Sin embargo, los ideales del presidente del PCUS, que siempre fue socialista, la transparencia y la reconstrucción no duraron mucho. Lo que duró mucho más tiempo fue una gran crisis económica debida al cambio de un sistema centralizado al de mercado. Sufrió la disolución de la URSS incubada durante el golpe de Estado abortado gracias a una radio, regalada por ACN (Ayuda a la Iglesia Necesitada), que lo difundió al exterior. Hizo entonces autocrítica: "Había sido demasiado blando con quienes dieron tal golpe". Descanse en paz, Mijail Sergueievich.

Javier Pueyo Usón. Zaragoza

Con insomnio se vive más

Nunca me había pasado tanto como este verano. El calor tan sofocante y un tratamiento hormonal que estoy recibiendo han sido la conjunción astral perfecta para seguir la canción de Sabina: «Y nos dieron las 10 y las 11, las 12 y la 1, las 2 y las 3…» y las 4 y las 5 y las 6. Si no existe una enfermedad clara, nos dice la ciencia, el ser humano duerme lo necesario; así que esas cuatro o cinco horas de sueño serían suficientes. El problema no es no dormir, me dicen todos, el problema es los nervios que hacemos, el estrés. La psicología nos recomienda adaptarnos a cada situación cambiante, así que este verano he aprendido; me ha costado, pero he aprendido. He aprendido a vivir más. He hecho la reflexión de que si no duermo tantas horas, puedo aprovecharlas para hacer cosas interesantes. Esta carta al director es un ejemplo. De ahí, que si no podemos dormir, en lugar de estar tristes, podemos ponernos contentos por tener más tiempo para leer, escuchar música con auriculares, aprender, crear, incluso, como esta noche me decía una amiga, hacer las judías para el día siguiente. En conclusión, que si tenemos insomnio, tenemos más tiempo para hacer cosas y, en definitiva, aunque no vivamos más años, viviremos más. Es cuestión de actitud, cuestión de cambiar el punto de vista. No viviremos más tiempo, pero viviremos con más intensidad.

Carlos Hue García. Zaragoza

Una muerte anunciada

La enfermedad lleva tiempo acompañándote. Es duro, pero nadie te ha negado todavía un futuro más o menos viable. El tratamiento, duro, te deja alguna secuela que, por esperada, no te amedrenta. Hablamos de la vida y la muerte, también reímos y, sobre todo, tenemos esperanza. Quizás un nuevo tratamiento o un avance médico impensable cambie tu destino. Disfrutamos de cuanto podemos, aun a sabiendas de que el tiempo es escaso. O por ello. Hoy has ido al médico, como cada quince días todos los martes. Malas noticias. Los análisis no han sido buenos y el cuerpo empeora. Si no lo supiese, nadie diría que estás enfermo, pero por primera vez en los últimos cinco años, te veo preocupado. No sabemos qué es el tiempo, pero sospechas que te queda poco por vivir. Todavía no hay alarma y volvemos a pasear, a reír, a brindar por lo vivido y a desear un nuevo mañana. No has perdido en ningún momento la sonrisa y todavía intercambiamos consejos e ilusiones. Me despido porque me voy de vacaciones. Tú también, me dices, aunque antes te harás una nueva revisión, rutinaria como las anteriores, aun a sabiendas de que el mañana será peor que el ayer. Te llamo por teléfono y me dices lo que nunca quise oír: «Me quedan de tres a seis meses de vida». Protesto y me duele como si el alma se hubiese partido. No lo entiendo. ¿No se puede prolongar? ¿No pueden ser doce meses? ¿No hay otro tratamiento ¿No va más? Ha comenzado mi cuenta atrás y es tiempo de despedida. Nunca te enfadaste. Aceptaste –serenamente– lo dramático. Hasta tus últimos días caminamos, hablamos y reímos. Me diste una lección: primero, de saber vivir y, después, de saber morir. Donde quiera que estés, nos volveremos a encontrar.

Jesús Añaños Vinué. Zaragoza

Las cartas al director no deben exceder de 20 líneas (1.500 caracteres) y han de incluir la identificación completa del autor (nombre, apellidos, DNI, dirección y teléfono). HERALDO se reserva el derecho de extractarlas y publicarlas debidamente firmadas.

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