Por
  • Luisa Miñana

El ruido y la memoria

El ruido y la memoria
El ruido y la memoria
Pixabay

Como hemos escuchado en los últimos días, la muerte de la reina Isabel II supone la desaparición de la última gran presencia del siglo XX, avanzado ya este XXI. 

La ausencia física del personaje histórico es un símbolo de la definitiva disolución de una forma de entender y afrontar la realidad, desconocida de facto para más del 40% de la población mundial menor de 25 años, y muy diluida para casi otro 40% que se encuentra entre los 25 y los 50 años, y que sólo ha recibido del pasado siglo una confusa amalgama de estertores de un mundo terminado y asomos de nuevas formas de civilización. Así que prácticamente el 80% de la población de la Tierra carece de memoria personal acerca de qué sucedió hace 60 ó 70 años, acontecimientos fundamentales para entender y abordar algunas de las cuestiones que en la actualidad nos angustian y amenazan en el futuro, como la propia guerra en Ucrania, con su aporte al agravamiento de la crisis del modelo energético occidental heredado de aquel entonces.

Estos días los medios de comunicación han recogido testimonios de ciudadanos británicos que transmitían un sentimiento de orfandad. La gente continúa sin duda en el trasiego diario de sus vidas, como también cuentan, pues esas vidas nada tienen que ver con las de una reina fallecida. Pero toda colectividad precisa de un relato en el que reconocerse: es la memoria común la que construye el sentido de ser en un tiempo determinado. Muy posiblemente Isabel II, más allá de opiniones, ha constituido, con su longevidad y relevancia institucional, una encarnación simbólica de esa memoria. Por eso he pensado que tal vez la acusada emoción de orfandad tenga que ver con la necesidad de mantener la memoria, frente al ruido y la tendencia al olvido de esta época.

El 80% de la población mundial carece de memoria personal acerca de qué sucedió hace setenta años, acontecimientos fundamentales para entender y abordar algunas de las cuestiones que en la actualidad nos angustian, como la guerra en Ucrania

Hace un par de semanas escuché una columna radiofónica, en la que el autor venía a preguntarse si nuestras impotencia e incapacidad actuales para encarar las dificultades del presente y esperanzarnos con el futuro, no se deberían a la imposibilidad de desprendernos del pasado, plagados como estamos, en medios de comunicación, instituciones y todo tipo de entidades sociales, de continuas alusiones a aniversarios, conmemoraciones, días dedicados a diversas causas, etc., asuntos que no hacen sino recordarnos, venía a decir el firmante, un buen puñado de fracasos. Confieso que me alarmó un poco esta advocación al olvido, aunque es verdad, como bien explican psicólogos e historiadores, que necesitamos del olvido tanto como de la memoria para mantener la cordura, o al menos algún equilibrio. El olvido forma parte del proceso de la memoria. El problema no es recordar mucho. El problema es hacerlo sin orden, es decir, sin relato, sin reflexión, sin elaboración de sentido. Porque sin pensamiento los datos y enumeraciones son ruido que enturbia, las ceremonias y fastos meras farsas distractivas. Cierto que hoy la hiperabundancia de información y la velocidad con la que esta se produce, nos abruma y nos desasosiega (más acá de los futuribles planteados por la ciencia ficción). Urge -incluso, para nuestra supervivencia como especie- ordenar y organizar nuestro conocimiento acumulado, aprendiendo a analizarlo con todas las herramientas científicas y filosóficas, informáticas y analógicas, de que disponemos para poder transformar el ruido en relatos comprensibles en la actualidad y útiles al presente y al futuro.

El concepto de memoria referido a la reconstrucción del pasado no es muy antiguo, nace a comienzos del siglo XX, en el contexto de la brutal crisis por la 1ª Guerra Mundial. Quizás sea ésta de hoy la hora de renovar los parámetros y el alcance de nuestra idea de memoria colectiva, sumando ciencia y presciencia como ya quería Leonardo da Vinci, ampliando la colaboración entre disciplinas, compartiendo instrumentos y aprendizajes osmóticos, construyendo nuevos lenguajes híbridos y narrativas transversales a ciencias y humanidades, con vocación versátil y poliédrica, para combatir la paradójica amnesia provocada por la saturación informativa y sus objetivos preponderantemente consumistas, y por tanto obsolescentes. En definitiva, re-humanizando nuestra memoria, nuestro tiempo. El siglo XX finalizó, no la historia ni la memoria. Larga vida.

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