Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Reyes, pero no monarcas

Reyes, pero no monarcas
Reyes, pero no monarcas
Krisis'22

El fallecimiento de Isabel II de Inglaterra está generando grandes espacios en los medios de comunicación, supongo que por lo inesperado. 

Como debe de ser muy difícil llenarlos, es comprensible que quepan reflexiones sobre temas conexos; por ejemplo, sobre el carácter ejemplar y originario de la monarquía parlamentaria inglesa. Confieso mi sorpresa al ver la valentía con la que se abordan en espacios de perfil generalista conceptos tan espinosos de nuestros sistemas políticos. El sobresalto dura poco: hasta que los análisis y discursos comienzan a llenarse de errores conocidos y afirmaciones improductivas. El tema necesitaría una larga serie de matizaciones; me centro en unas pocas.

‘-Arquía’. Procede del griego ‘arjé’ (arqué) palabra con gran energía conceptual. En su núcleo, significa principio, comienzo… Por su potencia, se aplicó en todo tipo de contextos incluido el de la teoría política, donde debió formar parte de locuciones del tipo ‘origen de todo el poder político’. Se usaba para identificar el punto del cual partían todas las líneas de poder. Pronto se acortó la expresión y ‘arjé’ pasó directamente a denominar también ‘poder’. Vemos el deslizamiento semántico en el término ‘arcontes’ (detentadores del poder) que denominaba a los nueve jefes del gobierno de Atenas.

Monarquía. La mayor parte de los modelos políticos en la historia son monárquicos, en sentido literal: el origen de todo poder político en una sociedad está identificado en un foco único (‘mono-’). Debemos distinguir monarquía popular (en que ese origen único es el sujeto ‘pueblo’) y monarquías reales (en que todo tiene su origen en un rey). Hay otras variantes que no necesitamos desarrollar ahora.

Mi tendencia a la simetría prefiere modelos políticos en que ese foco único de todo poder esté nítidamente identificado. Son, sin embargo frecuentes, modelos políticos confusos que probablemente sobreviven gracias a su falta de concreción. Este es, en mi opinión, el caso de las que llamamos monarquías parlamentarias como la nuestra.

Si los monarcas son dos (oxymoron), habrá que explicar muchas cosas… o no preguntar por ellas, para perpetuar la indefinición. Veo dos opciones: una, la más frecuente, en que un monarca-rey decide compartir (incluso delegar) partes de su poder; caben aquí muchos grados de participación dependiendo de los ámbitos a que se extiende y de la intensidad (asesoramiento, decisión). Esta decisión del monarca-rey es siempre revocable.

La alternativa: en una monarquía popular (el único poder soberano es el pueblo) este sujeto político colectivo decide tener rey. El problema es que esta decisión tiene muchos límites porque la designación solo puede recaer en un linaje y, más concretamente, en la persona dentro de este a la que corresponda por unas reglas dinásticas propias. Esta designación se transmite en la familia del rey mediante sus reglas de sucesión; pero debiera ser siempre revocable, sin que esta revocación produzca una crisis constitucional: no es necesario un golpe de Estado, ni abdicación porque la revocabilidad formaría parte del propio modelo constitucional.

La mayor parte de los modelos políticos en la historia son monárquicos,
en sentido literal: el origen de todo poder político en una sociedad
está identificado en un foco único

Una conclusión de mi línea de razonamiento es que probablemente el actual rey Felipe VI, la propia reina Isabel II, son reyes pero no monarcas, en ninguno de los significados que hemos identificado para ‘arquía’ (arjé). Como origen: porque en estas monarquías parlamentarias confusas no puede decirse que el rey sea el origen único de todo el poder político cuando la única declaración nítida de soberanía atribuye esta posición de fuente de todo poder al pueblo español. Tampoco en el sentido derivado de ‘arquía’ como poder de gobernar, en la medida que se ha producido y aceptado un vaciamiento casi completo de todos los poderes históricamente originarios del rey monarca. Un rey que reina pero no gobierna ha sido privado de su ‘arquía’. Eviscerado, como las momias.

Estamos sentados sobre un modelo constitucional confuso, que tuvo un origen torcido cuando devolvimos el trono al torticero Fernando VII, y cuya falta de nitidez no hemos sido capaces de resolver. Mientras, a este republicano, Felipe VI le parece un magnífico jefe de un Estado cuyos perfiles tendremos que contribuir a cerrar con la exigible nitidez. Con respuestas unívocas a las preguntas fundamentales.

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