Antes del VAR

Antes del VAR
Antes del VAR
POL

Todo el mundo acabará sabiendo qué es el VAR. 

Vea o no fútbol, las cosas de este deporte entran por todas las rendijas y, más aún, en Europa. VAR significa ‘asistente del árbitro por vídeo’ (en inglés, ‘Video Assistant Referee’). La Federación Internacional de Fútbol lo ha venido introduciendo desde 2016 para superar fallos inevitables en la función arbitral. Con eso, hay cinco árbitros en cualquier partido de las ligas de España e Italia y en la ‘Europa League’, por ejemplo. El cuarto árbitro, cuya misión desconocen los no aficionados, es el suplente natural del primer árbitro o de sus dos jueces de línea y, además, vigila de cerca las zonas especiales, cercanas al césped, asignadas a los entrenadores, a sus asistentes y a los jugadores de relevo.

En realidad, los árbitros son más de cinco, pues el videoarbitraje requiere varias cámaras y, en partidos de postín, varios técnicos cualificados que examinan lo filmado y acuerdan qué decisión ha de tomar el árbitro principal cuando este solicita su ayuda.

El VAR ha sustituido a la ‘moviola’ televisiva, en la que se reproducían una y otra vez las jugadas dudosas. Aficionados, periodistas y profesionales debatían si aquella intervención había o no constituido violación del reglamento, pero, inevitablemente, después de los hechos y tras la decisión, correcta o no, del árbitro sobre el césped.

El error arbitral es muy antiguo y, a veces podía costarle a uno la vida. Pero, tras ello, aún quedaba una especie de ‘derecho de moviola’, para obtener, al menos, una satisfacción moral: sí hubo error.

Un error arbitral mortífero

Eso dijo en la lápida que recordaba su muerte el gladiador Diodoro. Sus deudos le hicieron hablar en primera persona y, además, adjuntaron reproducción gráfica del suceso.

Lo que cuenta el difunto en un estremecedor y escueto relato ‘post mortem’, en bellas mayúsculas griegas, es, más o menos, esto: "Después de derrotar y derribar a mi oponente Demetrio, no lo maté de modo inmediato. El destino y una traición del árbitro me mataron a mí".

La imagen esculpida muestra a Diodoro con dos espadas, la suya y la de su rival, Demetrio, caído en tierra y alzando la diestra en señal de rendición. Diodoro se separa de él, pensemos que según ha de hacerse ante quien se rinde, acaso esperando la decisión del patrocinador del espectáculo que, en último término, es quien decide de la vida y la muerte de los gladiadores en la arena. Se descuida, por creer concluido el combate. Pero el arbitro ‘in situ’ es de otra opinión: dictamina que Demetrio se ha caído por haber tropezado, no por los ataques de su oponente, y le permite levantarse, recuperar su armamento y reanudar la lucha, que es letal para Diodoro.

Esto ocurrió en Amisos (en el Mar Negro, actual Turquía) y la familia del muerto decidió contarlo de modo permanente. La pieza está hoy en Bruselas y tiene unos 1.800 años, con su imagen fijada para siempre, a modo de VAR romano. Tras Diodoro, la palma de la victoria que, según su relato, el árbitro le arrebató, no el luchador contrario.

De origen funerario, los espectáculos de competición cruenta entre personas, con participación de árbitros –y de mujeres–, vieron su apogeo en el Imperio Romano

Mujeres en la palestra

Si algún año, en el curso académico, se trataba en el programa la gladiatura, era seguro que algún alumno preguntaría: "¿Hubo mujeres gladiadoras o es un cuento?". La respuesta es sí, aunque no en cantidad comparable.

Hubo mujeres y enanos gladiadores, como entre nosotros los ha habido toreros, ellas y ellos. Legalmente eran gladiadores. Se conocen gladiadoras ejerciendo de ‘amazonas’, las mujeres guerreras de la mitología. Un caso concreto se documenta en el año 63, en tiempo de Nerón. Y tres años más tarde hubo un espectáculo de gladiadoras negras en la actual Pozzuoli, financiado por el mismo emperador, en honor de un dignatario extranjero. Y las hubo que se exhibieron cazando fieras (bestiarias), según anota el bilbilitano Marcial, e incluso luchadoras carristas (esedarias).

Zaragoza feminista

Zaragoza ha rendido siempre culto intenso y homenaje muy sentido a sus mujeres combatientes durante los horribles asedios franceses de 1808 y 1809. Se las llama las Heroínas, con mayúscula, y tienen dedicadas calles, plazas, capillas y monumentos. Hay, pues, una Zaragoza feminista que no distingue por origen, cuna u oficio, ni desprecia por su sexo a esas mujeres, que fueron muchas más de las que se recuerdan por su particular bravura y abnegación.

No son de recibo las risas sobre ellas. Véase esta baturrada, firmada por Constantino Gil ¡en 1908! precisamente. La leo en un álbum lujoso cuyo conocimiento debo a Jaime Esaín. Juzguen: "Son las aragonesas para el combate / lo mismo que las magras para el tomate. / Cosa más adecuada Dios no la hizo, / igual que las judías para el chorizo".

Esto pasa por ser humor aragonés. No nos quejemos luego.

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