El jurista que sirvió a cinco reyes

El libro de Guillermo Tomás Faci sobre la carta intimada de Juan Jiménez Cerdán.
El libro de Guillermo Tomás Faci sobre la carta intimada de Juan Jiménez Cerdán.
Lola García

Lo dice él: «Yo he conocido cinco reyes en Aragón: el señor rey don Pedro (IV), antes de que yo fuese justicia; después, el señor rey don Juan (I), quien me dio el oficio, el señor rey don Martín, el señor rey don Fernando (I) y el señor rey don Alfonso (V), ahora reinante. Y, estando yo en el cargo y aun antes (...) han sucedido en el reino muchos hechos relativos al oficio. Por esta razón, porque he llegado a la edad de 80 años y porque he visto y oído a muchos antiguos foristas y a otras personas, especialmente a don Domingo Cerdán, mi padre, y a don Miguel de Capiella, mi tío, que eran grandes juristas y foristas, tengo muchas cosas sobre las que hablar ampliamente acerca del oficio de justicia y del reino».

Así se expresa en una carta, vertida al español de hoy por Guillermo Tomás Faci, don Juan Jiménez Cerdán en su ancianidad. Le ha pedido que lo haga un sucesor suyo, el justicia ejerciente en ese momento, Martín Díez de Aux. Es el año 1435 y hace ya quince que, aunque se disfrazó políticamente de renuncia, Cerdán fue destituido por su señor, el rey de Aragón Alfonso V. No lo tragaba.

El justicia de Aragón era designado por el rey, no por el reino. Era un oficial regio, si bien muy singular. (En España aún discutimos si debe ser, y parecer, autónomo el fiscal general del Estado, aunque es de nombramiento gubernamental). Una vez nombrado el justicia, se suponía que actuaría como guardián, a la vez prudente y celoso, de la ley aragonesa. Era cabeza de un tribunal de expertos y, una vez designado, el propio rey había de someterse a los dictámenes y sentencias de ese tribunal. Tal función era a la vez carga, riesgo y preeminencia. Sostenía con su autoridad los cuatro procedimientos (‘procesos’) previstos por los fueros para defender los derechos que la ley reconocía a los aragoneses (no a todos: los sujetos a señorío y los no cristianos estaban excluidos de ese beneficio). Esos mismos fueros eran los que el rey juraba solemnemente, en sesión de Cortes y ante el justicia ejerciente, respetar durante su reinado. Luego de ello ceñía la corona.

El rey enfadado

Alfonso V se enfadó con Cerdán. El rey nombró su ‘bayle’ (administrador general) en Aragón a un castellano, lo que era contrafuero. Cierto que el nombrado, Álvaro Garabito, era marido de una Lanuza. Y cierto, también, que el rey le otorgó la calidad de aragonés, gran truco. Pero Cerdán se opuso con firmeza a un nombramiento así y Garabito, aunque lució el título, no pudo ejercer. También disgustó al rey la actitud de Cerdán en un pleito de los Lanuza, tras haberle reconvenido por actuar de modo sospechoso, «de lo cual somos bien informado». Todo un aviso.

Cerdán tuvo calle en Zaragoza, la vieja de la Albardería, convergente con la de Escuelas Pías, hoy desaparecidas en pro de la avenida de César Augusto. El aragonesismo romántico honró así a este justicia, instruido e independiente. Pero, suprimida la que había, nadie lo ha repuesto en el callejero, a pesar de su condición de rebelde, que gusta a muchos, si bien a toro pasado.

La carta de Cerdán cobró tal importancia que fue publicada en las ediciones oficiales que Aragón hacía de sus Fueros. Casi como si fuera una ley más. Se la llamó ‘Letra intimada de Ximénez Cerdán’ y aún se debate si tiene razón al reivindicar el justiciazgo a la manera antigua, que por entonces empezaba ya a decaer.

Por Jesús Delgado me entero de que el Justicia actual -órgano de las Cortes que vigila el cumplimiento de la ley autonómica- ha editado una obra sobre este documento. El texto, conocido solo por transcripciones impresas, está ahora a nuestra disposición en su original manuscrito: veinticuatro folios, llenos con letra legible y firme, cuyas tachaduras hacen pensar que acaso sea de mano del propio Cerdán. El feliz libro cuenta la agudeza del hallador de la imponente carta, el aragonés Guillermo Tomás Faci, del Archivo de la Corona de Aragón, quien reproduce íntegro el documento, que guarda el Colegio de Notarios de Zaragoza; lo transcribe y, frente por frente, lo vierte a la lengua actual; y otros dos expertos, el catedrático Carlos Laliena y la investigadora Sandra de la Torre, explican quién fue Cerdán y con qué intención múltiple escribió estas reflexiones, creando así uno de los textos de autor más relevantes de la historia de Aragón.

Todo está en las doscientas páginas de ‘El original de la Letra intimada. La carta autógrafa del Justicia de Aragón Juan Jiménez Cerdán (1435)’. Cerdán la llama ‘letra enviada’. Pero, a su final, da instrucciones de a quién debe enviarse y cómo quiere que se haga pública. Es decir, le añade una ‘intimación’, y de ahí el adecuado nombre que le han venido dando los modernos; porque intimar era, entre otras cosas, notificar jurídicamente algo mediante un auto, en este caso notarial.

El hallazgo del texto, probablemente autógrafo, de esta carta es una muy buena y sabrosa noticia.

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