Por
  • Javier Hernández Ruiz

Cuando Celtiberia se quema

El Moncayo, el monte sagrado de los celtíberos.
El Moncayo, el monte sagrado de los celtíberos.
Laura Uranga / HERALDO

Tres joyas de nuestro patrimonio han estado amenazadas por los dos grandes incendios que han asolado Aragón este tórrido verano.

 Se trata de Moros, paradigma del urbanismo mudéjar, el monasterio de Veruela y el Parque Natural del Moncayo. Todos están en la Celtiberia, ese territorio ancestral cuyo enorme y no muy conocido patrimonio ecocultural hemos recogido en la ‘Guía turística de la Celtiberia’ (Prames, 2021).

Obviamente, lo más grave ha sido la amenaza para las personas y sus bienes en esta parte de la España más despoblada y sus heroicos resistentes. Vaya para ellos nuestra mayor solidaridad y apoyo. La repercusión en la opinión pública y publicada de estas catástrofes con rostro humano ha sido amplia, especialmente en Aragón; pero, ¿se imaginan que esas pavorosas llamas hubieran amenazado Hecho, Ordesa o el monasterio de San Juan de la Peña? Me temo que el impacto hubiera sido mayor, porque lo pirenaico se asocia a las raíces medievales de la identidad aragonesa. Bien, pues nuestras raíces celtibéricas son más antiguas, se remontan a la era prerromana. Raíces que nos vinculan con la cultura céltica europea y nos hermanan con comunidades vecinas de la España interior (las dos Castillas y La Rioja). Más de un milenio antes de que los primeros monarcas aragoneses tendieran oportunos lazos con el otro lado de los Pirineos, ya formábamos parte de la Céltica europea y escribíamos en una lengua que, tras el galo, ha aportado el mayor acerbo epigráfico de ese tronco lingüístico en la Antigüedad; de hecho, el bronce de Botorrita I del Museo de Zaragoza es el texto celta con mayor riqueza y extensión de los conservados de ese periodo.

Pero no entendamos la Celtiberia como una burbuja arqueológica del esplendor celtibérico, del que dan fe ciudades como Segeda I o los felizmente recuperados cascos de Aratis; Celtiberia está viva y es el resultado de un proceso histórico que llega hasta la actualidad y hermana a todos los que habitan el mayor continuum de tierras altas -800 metros de media- de Europa: la cordillera Ibérica. El medio hace el paisaje y al paisanaje, y los rasgos compartidos de esta tierra fronteriza están ahí. La frontera es conflictiva pero también depara oportunidades y cruces enriquecedores. Por eso los celtíberos asumieron los avances de sus vecinos iberos (incluyendo la escritura), por eso estas ‘extremaduras’ fueron en el medievo laboratorio de libertades (fueros y concejos), comunales y mestizajes culturales entre las tres civilizaciones monoteístas. Así se conforma hoy uno de los escasos espacios europeos donde han cristalizado las cuatro grandes culturas, las citadas del Libro y la céltica. Toda una oportunidad para promover un espacio cultural y turístico de enorme singularidad y consistencia.

Por eso, si Moros o Ambel hubieran ardido, el humo se hubiera llevado ese creativo mestizaje que significa el mudéjar; si se hubiera calcinado el monte sagrado de los celtíberos (Moncayo), se hubiera perdido la más singular encrucijada de ecosistemas de la península.

Hoy día Celtiberia, la más vaciada de las Españas vaciadas, está acosada por ese cáncer, al que se suman incendios, colonialismo extractivo (macrogranjas, explotación energética y de infraestructuras… ) o nefastas contratas forestales, como la que provocó el infierno del Alto Jalón. La Administración y el tejido económico tienen que redoblar esfuerzos en este territorio para promoverlo desde su enorme y singular potencial patrimonial. El legado arqueológico celtibérico está abandonado en Aragón, la riqueza forestal requiere mayores cuidados, así como ese singular paisaje antrópico que se ha quemado en nuestros pueblos. Estas gentes duras de la frontera que los conformaron durante siglos siempre han sabido responder. Celtiberia debe asentarse como un referente fundamental del imaginario aragonés y obrar en consecuencia para preservarla y desarrollarla con sostenibilidad. Hay iniciativas, como el Parque Cultural del Moncayo o la Red de Municipios de la Celtiberia, que van en esa dirección, pero queda mucho por concienciar y hacer… Así pues, cuando arde la Celtiberia, como decía el viejo lema del Icona, piensen que algo suyo se quema.

Javier Hernández Ruiz es miembro de la Asociación de Amigos de la Celtiberia

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