La ‘primera alcaldesa’ fueron más

La dictadura de Primo de Rivera nombró a las primeras alcaldesas.
La dictadura de Primo de Rivera nombró a las primeras alcaldesas.
Lola García

En febrero de 1967, la prensa hablaba del nombramiento de «la primera alcaldesa de España», Teresa Ibarguchi, en Ubidea, Vizcaya. 

La noticia era hija de la ‘desmemoria histórica’. La versión actual de la ‘memoria histórica’ legal se debe a Rodríguez Zapatero, distinguido por su entusiasmo apostólico y su voluntad consciente de parcialidad. No trata de la mera recordación de olvidadas tragedias pasadas y de su atenuación: dignificar restos, reivindicar nombres y conductas, resarcir en lo posible... Si hubiera buscado tal cosa en su largo y desembarazado ejercicio del poder, hubiera fijado el concurso de la investigación histórica con su metodología, orillada la cual no hay historia admisible. Para el esmerado método histórico no basta que haya recuerdos o testigos, vivos o muertos: el historiador atenderá a reglas establecidas para depurar testimonios, detectar deformaciones (conscientes o no), distorsiones, hipérboles o aminoraciones, omisiones u olvidos. Buscará y establecerá los hechos, sin ira ni favor (‘sine ira et studio’, dijo Tácito). Lo demás vendrá luego: valoración de circunstancias, reconstrucción de contextos y, eventualmente, fijación de posiciones ideológicas (morales, políticas, etc.).

Si hubiera buscado ese fin, Zapatero no hubiera dejado en la práctica todo disperso, indefinido o en manos de particulares. Evitó implantar un procedimiento para fijar objetivos, crear listados, ordenar las tareas indagatorias y documentales, labores forenses, exhumatorias, arqueológicas, etc., bajo la tutela y potestad de un ente nacional coordinador. No quería. Ni le convenía.

Si Felipe González, en 1985, vetó el recurso previo al Tribunal Constitucional que dio alas a los separatismos refrendatarios, Aznar abrió la puerta a la parcialidad: con mayoría absoluta, el 20 de noviembre de 2002 apoyó el proyecto no de ley presentado por la oposición para condenar la sublevación de Franco; lo cual era preciso. Pero renunció a incluir en la condena la sublevación de 1934, manantial de intentos de golpe de Estado, incluido el de Cataluña. Para Madariaga y Sánchez Albornoz (y, a posteriori, para Prieto) aquellos hechos tremendos fueron el comienzo del fin de la II República.

Primeras alcaldesas

En la estela de esas recuperaciones, se ha rescatado merecidamente en Aragón el recuerdo de María Domínguez Remón y en Cataluña el de Natividad Yarza. Algunos las han presentado como las primeras alcaldesas de España. Incluso se ha dicho que electas. Domínguez, cuya terrible muerte pone fin a una biografía admirable, no fue ni la primera, ni elegida. Los separatistas catalanes, cursis y bombásticos, afirman que Yarza fue, en 1934, la primera alcaldesa electa «de todo el Estado». (Como no hay ‘alcaldesas del Estado’ debe traducirse ‘de España’). Fue en Bellprat, en la lista de Esquerra. Como Domínguez, era maestra y, llegado el momento, tomó las armas. Domínguez, muy pacífica, no fue elegida, sino nombrada por el gobernador civil, el 29 de julio de 1932, para regir Gallur hasta las votaciones de 1933. Vivió muy atenta a la escuela y al malvivir de los jornaleros. Cuando la sublevación de 1936, temiendo pagar con la vida su militancia, se escondió, sin éxito: fue fusilada en septiembre, en Fuendejalón, con cincuenta y cuatro años. Fue, ya mayor, maestra, hija de peones y sobreviviente de una infancia mísera, sirvienta mal pagada fuera de su pueblo y sujeta a un marido maltratador desde los dieciocho años. De esta mujer no se sabe que dañara a nadie. Pero, como otros tantos en ambos bandos, no sobrevivió a la ferocidad inhumana de la guerra civil.

Ni Domínguez ni Yarza fueron las primeras alcaldesas españolas. Hubo al menos siete anteriores, si no ocho, promovidas desde 1924 por impulso de un joven José Calvo Sotelo, cuya concepción de la Administración Local, según un perito, «justificaría la inclusión de su nombre dentro de la Historia Contemporánea de España», pues propuso «la regeneración de la vida política de España, aspiración de Costa y el maurismo callejero». Pudieron ser electoras, y elegibles concejales, a los veinticinco años, las mujeres cabeza de familia. Las primeras alcaldesas fueron, desde 1924 a 1930, Matilde Pérez (Cuatretondeta, Alicante); Concepción Pérez (Portas, Pontevedra); Dolores Codina (Talladell, Lérida); Petra Montoro (Sorihuela, Jaén); Benita Mendiola (Bolaños, Valladolid); Amparo Mata (Sotobañado, Palencia); Candela Herrero (Castromocho, Palencia); y -con alguna duda- Cruz Palomera (Bárcena, Santander).

Las primeras alcaldesas en España fueron, pues, anteriores a Domínguez y, como ella, nombradas ‘a dedo’. Tal hizo un dictador apoyado por los más: Largo Caballero, líder ‘enragé’ de la mayoría en el revuelto PSOE (contra Prieto y De los Ríos, pero con Besteiro aún a su favor), estaba en 1924 en el Consejo de Estado creado por Primo de Rivera.

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