Cuando todavía quedan cuatro meses para que termine 2022, ya va camino de ser el segundo peor año para Aragón, desde que hay registros, por la extensión forestal quemada en los incendios. Solo 1994 fue más letal por el gran fuego que azotó el Maestrazgo. Factores como las recurrentes olas de calor, la sequía y las tormentas están siendo decisivos. Este verano, buena parte de la Comunidad se está viendo afectada por la fatídica confluencia de tres factores que alimentan la combustión: más de 30 grados de temperatura, vientos de más de 30 kilómetros por hora y una humedad inferior al 30%. A las condiciones meteorológicas extremas hay que añadir factores estructurales que agravan el riesgo y las consecuencias de los incendios, empezando por una masa forestal que crece en extensión sin que nadie la gestione y siguiendo por el abandono de campos de cultivo que actuaban como cortafuegos naturales.

En los últimos tres años, los incendios forestales habían calcinado en Aragón poco más de 2.200 hectáreas de masa forestal. Sin embargo, en lo que va de 2022 ya han ardido más de 22.000, sobre todo en cuatro grandes incendios: Nonaspe, Castejón de Tornos, Ateca y Moncayo. Lo más inquietante es que los especialistas alertan de que hemos entrado en un escenario en el que las situaciones climatológicas extremas se repetirán cada vez con mayor frecuencia. Existe un nuevo modelo de incendios forestales en los que, una vez que el fuego alcanza un determinado volumen, resulta ya muy difícil apagarlo porque el propio incendio crea las condiciones adicionales de sequedad y calor extremo que impiden su extinción.

Al margen de la imprescindible lucha contra el cambio climático, para superar este nuevo esquema de fuegos hay que mejorar los servicios de extinción y, sobre todo, hay que cambiar la gestión del medio natural.