Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

A pozales

Vecinos intentando frenar las llamas en el incendio del Moncayo.
Vecinos intentando frenar las llamas en el incendio del Moncayo.
Fabián Simón

La cobertura gráfica del incendio de la zona del Moncayo que ha ofrecido HERALDO ha sido tan completa que permite deducir aspectos que suelen pasar desapercibidos.

 El formato digital ha ido publicando colecciones con imágenes que se han ido adaptando a las fases de la experiencia de los vecinos. Centro mi reflexión en las de los primeros momentos, en especial las realizadas por Fabián Simón y Blanca Orduna. Los reportajes institucionales (UME, Gobierno de Aragón, Ayuntamiento de Zaragoza...) ofrecen imágenes descriptivas de los medios, las actuaciones profesionales. Las series que cito nos traen además las facetas humanas de lo experimentado.

Se ven grupos de vecinos haciendo frente con pozales y mangueras domésticas. Destaco alguna, en que un agua vertida a pozal por el vecino no tiene ninguna posibilidad de llegar a unas pequeñas llamas que están fuera de su trayectoria. Es la expresión de las contradicciones, de las tensiones que despierta un incendio desbocado: la desesperanza ante la destrucción próxima, mezclada con la esperanza en que ese cubo produzca algún efecto.

Hace décadas intervine en la periferia de un incendio forestal. Los soldados de mi sección recibieron batefuegos y palas, apenas para rematar rescoldos. Cuando los grandes medios mecánicos llegaron y abrieron o agrandaron cortafuegos de muchos metros de anchura imaginaba que allí se terminaría. Pero las llamas de estos incendios enormes tienen su propia lógica; nada que ver con nuestra limitada experiencia de alguna hoguera de fuego de campamento: los árboles de ocho metros no se quemaban progresivamente por llamas que subían desde el suelo; al contrario, en un instante se producía una deflagración completa que los encendía enteros; como un espectáculo pirotécnico. Me llamaba la atención la frialdad de los profesionales; ahora entiendo que era consecuencia de su experiencia. Los novatos hubiéramos acudido al frente de fuego con nuestros patéticos batefuegos y pequeños expendedores de agua (sulfatadoras agrícolas de mochila reconvertidas); nuestros pozalicos. Los profesionales sabían que, en su plenitud, el frente no daba ninguna opción. Estudiaban el terreno e intentaban prever los puntos en que podía dar alguna posibilidad; uno tras otro se iban desbordando, engullendo miles de litros de agua. Sólo pasados tres días fueron cerrando frentes y, pese a la desproporción de fuerzas, redujeron mucho las dimensiones de la catástrofe. Sigo recordando el olor a monte quemado; el olor de la lluvia y el agua sobre el monte quemado.

El vecino del pozal, el vecino de la manguera doméstica. Fotos que recogen el miedo inmediato a la supervivencia y la conservación de lo propio. Después, el dolor por la pérdida del pasado y el miedo a la pérdida de futuro.

Valoramos mal las amenazas. Valoramos mal los daños. «No ha habido que lamentar desgracias personales» dice el responsable político, con ese lenguaje peculiar que evita decir ‘muerte’. Cierto. Esta vez no ha habido muertos ni afecciones corporales graves. Pero en esas fotos veo personas dañadas; daños irreparables en su memoria al ver desaparecer escenarios de su vida, pero daños subsanables en sus expectativas profesionales. Los frutales del Manubles tardarán años en volver a ser productivos; bien que haya ayudas de emergencia (pozales), pero no puede suceder que la solidaridad esté acompasada al ritmo de la noticia. Hay un esfuerzo sostenido que debe extenderse varios ejercicios presupuestarios, lo cual no encaja espontáneamente con los tiempos de la política.

Hablamos y actuamos desde el despotismo urbano. Con recetas tan sencillas como necias. ¡Estemos tranquilos!: se ha identificado al responsable de los incendios: ‘el señor Cambio Climático’. Todo se solucionará reestructurando la ganadería: eliminemos el vacuno intensivo generador de pedos contaminantes; incrementemos el ganado extensivo. Las cabras y ovejas limpiarán el monte: todos sabemos que prefieren comer aliagas que hojas tiernas. Donde el territorio sea escarpado traeremos sarrios del Pirineo y cabras de Los Puertos.

En un incendio hay que elegir qué sacrificas. No todo es posible al mismo tiempo. Aparte de la melancolía de ver cenizas de Moros traídas por el viento a la mesa de mi terraza zaragozana, es lo que aprendo de estos fuegos malditos.

Jesús Morales Arrizabalaga es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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