Por
  • Gonzalo Castro Marquina

El fuego no admite atajos

Incendio forestal en Cantabria.
Incendio forestal en Cantabria.
Pedro Puente Hoyos / Efe

Conservadores y progresistas; monárquicos y republicanos; ateos y religiosos… aunque el pensamiento humano está cargado de matices, las parejas de opuestos constituyen el sistema más utilizado a la hora de clasificar las opiniones, al actuar como un atajo mental.

 Resulta mucho más sencillo interpretar la realidad y tomar partido desde un enfoque dual, identificando y reconduciendo las distintas posturas a través de dos grandes bloques antitéticos, que hacerlo considerando todos los puntos de vista. Esta simplicidad juega un papel clave en la propensión hacia la polarización. Nuestro cerebro, cuando se enfrenta a situaciones o problemas de cierta complejidad o, simplemente, cuando quiere reducir el tiempo dedicado a adoptar una decisión, tiende a recurrir a una serie de estrategias y pautas que reformulan en términos más sencillos sus elementos, facilitando así su procesamiento. La polarización forma parte de estos mecanismos o heurísticos, como se denominan en psicología.

El inconveniente que presentan los heurísticos es que hay asuntos que no pueden, o no deben, enfocarse desde la comodidad, si lo que se persigue es el acierto y no la rapidez en la respuesta. El objetivo principal de los heurísticos no es obtener una solución óptima, sino una solución, buena o mala. Aunque, lógicamente, no están configurados de raíz para dar resultados erróneos, se apoyan demasiado en generalidades, de modo que resisten mal el caso concreto conforme este va ganando matices o complejidad. Cuando se trata de decidir algo banal como qué marca de espaguetis comprar, el riesgo que supone limitarse a aplicar este tipo de razonamientos es asumible; sin embargo, ante cuestiones de mayor importancia, renunciar a una reflexión de fondo puede ser muy peligroso. Con todo, es lo que ocurre a menudo.

A pesar de estos defectos y limitaciones, que aconsejan cautela, los heurísticos se usan en la práctica de manera indiscriminada. No es sorprendente, por tanto, que ante la ola de incendios y de altas temperaturas de este verano, el debate se haya reducido también a dos ‘bandos’. Uno, compuesto por quienes atribuyen al cambio climático la producción o el agravamiento de estos sucesos, y responsabilizan al ser humano a su vez de la modificación del clima. Y otro, integrado por las personas que sostienen que los episodios de calor extremo y de sequía que estamos viviendo son naturales, bien por considerar que siempre ha habido veranos especialmente calurosos, o por creer que, aun tratándose de algo excepcional, no es el ser humano el causante, sino el propio planeta, que estaría sufriendo un cambio de ciclo climático, pero como los que ya ha experimentado en el pasado.

Lo curioso de este binomio es que ninguno de los bloques cuestiona que las temperaturas hayan subido, por lo que, aunque discrepen respecto a la causa, no deberían hacerlo a la hora de afrontar las consecuencias de este aumento. Siguiendo el criterio científico abrumadoramente mayoritario, el primer grupo defenderá además la reducción de las emisiones de carbono, pero no tendría por qué haber diferencias en el resto de la respuesta. Sin embargo, las hay. El segundo bloque muchas veces parece que resta importancia al problema, al calificar su origen como natural, y entender que no se trata de un fenómeno inédito en la historia. Bajo esta minusvaloración subyace un equivocado análisis heurístico, que se apoya en varias premisas. Por un lado, la palabra ‘natural’ posee connotaciones positivas, además de asociarse con la idea de normalidad, de lo que debe ser. Por otro lado, la certeza de haber superado situaciones similares predispone a creer, por analogía, que en el futuro sucederá lo mismo. No obstante, que algo sea natural no significa necesariamente que resulte inocuo, o que haya de aceptarse con resignación. Japón está situado en una zona de alta actividad sísmica, de modo que los terremotos forman parte de su normalidad, pero no por ello se han conformado con soportarlos pasivamente, sino que han adaptado sus edificios para resistirlos. Asimismo, que el ser humano haya sobrevivido a ciertos escenarios climáticos adversos, no implica que saliera incólume de ellos. A modo de ejemplo, los gases liberados durante la erupción del volcán islandés Laki entre 1793 y 1794 alteraron el clima, reduciendo la temperatura en el hemisferio norte durante varios años. La producción de alimentos se vio afectada y miles de personas fallecieron en Europa como consecuencia del frío o las hambrunas; factores que propiciaron en Francia la Revolución de 1789. En definitiva, la tranquilidad que infunde el término ‘natural’ por regla general es solo un espejismo en este caso. Las olas de calor y los incendios representan un grave problema que nos interpela a todos sin distinción, y para el que no sirven los atajos y menos aún la polarización.

Gonzalo Castro Marquina es jurista

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