Por
  • Andrés García Inda

Diario de verano (2)

El Ministerio de Igualdad, en Madrid.
El Ministerio de Igualdad, en Madrid.
Eduardo Parra / Europa Press

Con la primera entrega de este diario, a P. le dio la impresión de que me desnudaba un poco. Será otro efecto del calor, pensé: una muesca más en la culata del cambio climático (o sea que la culpa será de ustedes). 

Pero en el fondo espero contenerme y que no sea así, porque lo cierto es que yo gano mucho vestido. Pierangelo Sequeri escribía hace unos años que por influencia de la antigua expresión -‘la verdad desnuda’- tendemos a confundir la sinceridad con el hecho de desnudarse. Y la discreción o el pudor con la ocultación o la falta de veracidad. Pero el erotismo de la verdad no tiene nada que ver con la pornografía. Y el naturismo no es necesariamente sinónimo de naturalidad. Sin embargo, a veces es difícil separar la franqueza del exhibicionismo. Y más en estos tiempos en los que, como el mismo Sequeri decía, la comunicación ha confiscado el ser.

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En este tiempo de purificación que es el verano, uno quisiera desprenderse de todo lo impuro y evitar cualquier tipo de contaminación, pero resulta imposible abstraerse. Está ahí; es decir, aquí: en la cabeza. Por ejemplo, para exhibicionismo pornográfico, el servilismo de los prosélitos justificando la corrupción política cuando es de uno ‘di noi’. No sé si el lenguaje dispone de palabras suficientes: rastreros, pelotas, lameculos, chupamedias, perritos falderos... Al pensar en ello el desprecio se mezcla con la conmiseración. Y por la caridad entra la peste.

Leo la interpretación que Anders Nygren hacía en ‘Eros y ágape’ del pensamiento de Agustín de Hipona: el error del pecador es buscar todo lo que desea, pero allí donde no está; lo que el pecador busca es justo, pero lo busca en un lugar equivocado.

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Me encuentro con M., un antiguo compañero de trabajo, jubilado hace pocos años. Me cuenta que ahora tiene pareja -«parejita», comenta divertido-. Una sorpresa contra todo pronóstico, me dice: ha tenido que esperar a la jubilación para eso.

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Cada estío nos obsequia con un pequeño divertimento. Este agosto se cumple el décimo aniversario del Ecce Homo de Borja. ¿Lo recuerdan? Nunca agradeceremos suficientemente aquel regalo. Sin llegarle a la suela del zapato, este verano pareciera que el Ministerio de Igualdad se hubiera empeñado en emular aquel acontecimiento y proporcionarnos, a modo de servicio público, el entretenimiento necesario para llenar el vacío vacacional, convirtiendo su propia campaña publicitaria en un meme. Dejando a un lado el curioso hecho de que en una campaña del Ministerio del ‘solo sí es sí’ se haga uso de imágenes personales sin el consentimiento de sus titulares, también resulta llamativo que para reivindicar la normalidad de todos los cuerpos apliquen ‘photoshop’ a las arrugas de la piel o a la prótesis de una pierna, para ocultarlas. Si no fuera por el dinero que nos cuestan estas cosas...

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Escribe Laurent Binet en ‘HHhH’: «Como ha sucedido siempre siglo tras siglo, en situaciones de crisis el jefe insulta hasta la saciedad al subordinado».

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Días de playa. Alegría universal de cuerpos casi totalmente desnudos de todas las edades, formas y dimensiones, el mío incluido. Podría pensarse que hemos seguido al pie de la letra la mencionada campaña del Ministerio de Igualdad, si no fuera porque hacemos lo mismo que todos los años. El poder, como es habitual, sigue empeñado en decretar lo ya existente, para así apuntarse el tanto. Como el Rey de ‘El Principito’: «Te ordeno lo que estás haciendo».

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Como siempre, me he traído a la playa más ropa de la que voy a utilizar y más libros de los que puedo leer. Hace tiempo que mis vacaciones de verano quedaron reducidas a poco más de tres semanas, pero yo sigo pensando que duran tres meses. El mal vacacional por antonomasia: hacer demasiados planes, como para incrementar las posibilidades de que algo ocurra. Pero la sorpresa está donde no se la espera, también o sobre todo en este tiempo.

Leo que fue en agosto de hace más de un siglo, en 1921, cuando la filósofa Edith Stein, de vacaciones en Bad Bergzabern en casa de sus amigos Theodor y Hedwig Conrad-Martius, buscando algo que leer una tarde que se había quedado sola, cogió de la biblioteca de sus amigos el ‘Libro de la vida’, de Teresa de Ávila. Parece que estuvo toda la noche leyendo sin poder conciliar el sueño y a la mañana siguiente cerró el libro y dijo: «Esto es la verdad».

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Vuelvo un par de días a Zaragoza: todo sigue en su sitio, menos yo.

Andrés García Inda es profesor de Universidad

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