Perder la chaveta... o la estornija

El juego de la estornija parece una prefiguración del béisbol.
El juego de la estornija parece una prefiguración del béisbol.
Lola García

Si hoy nos prescriben a qué temperatura hemos de vivir, hace dos siglos a los zaragozanos les prohibían jugar a la estornija en la calle:

 «El Ayuntamiento constitucional de esta ciudad desea evitar los riesgos e incomodidad que sufren sus habitantes en su tránsito por algunos parajes públicos con motivo de jugarse en ellos a la estornija y a la bola y ha resuelto que en lo sucesivo no se permitan dichos juegos como tampoco los de chapas, pelota y otros de esta naturaleza en los paseos públicos, plazas y calles de esta ciudad, bajo la pena de 10 reales de vellón al que contraviniere por la primera vez, y 20 por la segunda. Y para que llegue a noticia de todos y nadie pueda alegar ignorancia, se manda fijar el presente (bando) en los parajes públicos de Zaragoza. De acuerdo del Excelentísimo Ayuntamiento. Gregorio Ligero, secretario».

La Academia, copiando sin más discurrir el ‘Diccionario de Autoridades’ del siglo XVIII -como este, a su vez, había copiado sin disimulo a Sebastián de Covarrubias (1611)-, define mal qué es la estornija del carro. Porque no es un aro ni un anillo, como se lee en el ‘Diccionario’, sino un palitroque. Al que también, tras alguna rebusca, resulta que se le llama chaveta. El palitroque es de tal guisa que actúa como pasador, ensartado al final del eje del carro. Y si se va esa estornija o chaveta, tan pequeña y humilde como fundamental, el carro queda inservible, pues se le sale una rueda. Irse (la rueda) de la chaveta, o estornija es, pues, mal asunto. La estornija mide un palmo y suele estar aguzada por los dos extremos. Los sabios definidores ignoraban que un juego vulgar se llamaba así en España: estornija.

«Un palo con su estornija»

Junto a otros juguetes populares lo menciona Juan del Encina, en una linda canción, allá por 1496. Describe una almoneda donde hay, entre un sinfín de cosas, «una vihuela sin son, / no con tapa ni clavija, / y un palo con su estornija / y una trompa y un peón». El palo es para darle a la estornija puntiaguda que está en el suelo. Al recibir el golpe en una punta, el palitroque salta por los aires. Y, mientras vuela, hay que darle de nuevo para lanzarlo lejos. No es fácil , pues, si se quiere dar con fuerza, se apunta mal; y, si se apunta bien, el tiro puede quedar corto. En España se juega todavía y, en algunos sitios, con mucho ambiente, usualmente con piezas de madera.

En la Zaragoza de 1822, gobernada (fugazmente) por los liberales del Trienio, se jugaba en la calle, no en sitios campestres. Y eso era molesto e incluso peligroso. Hoy se ve mucho: hay mozalbetes, y grandullones, más bien exhibicionistas, que imponen su presencia con pericia de saltimbanquis sobre tableros rodantes. Cuando juegan en la calle, sienten el placer adicional de hacerse los amos del cotarro. A algunos, como si fueran artistas admirables, les ofende que se les marque dónde pueden causar su estruendo y exhibir piruetas arriesgadas para sus huesos (lo que tanto daría) y para los ajenos (circunstancia que pide vindicta).

Un abuelo del béisbol

En Aragón quizá no se juegue tanto como en otras partes (Sax, Villena), pero aún se practica en lugares de Teruel. Acaso parte de su decaimiento se deba a que no tiene la consideración legal de deporte popular aragonés.

Parece una prefiguración del béisbol (este término inglés es tardío, del siglo XVIII), con el que tiene en común reglas básicas: hay que golpear un objeto pequeño en movimiento con un bastón y hacerlo de tal modo que pueda batirse al contrario. Se juega de muchas maneras: con campo limitado o no, con un contrario, o con varios, que deben recoger la estornija al vuelo (en un delantal, por ejemplo) y devolverla, todo tras ser lanzada la estornija con fuerza o intención táctica, a partir de que se le ha dado una primera elevación con la mano o batiéndola en el suelo.

Andolz recoge la voz estornija como de uso en Albarracín, pero no es exclusiva de esa área, y describe el juego de esta manera: «Dos palos: uno pequeño de un par de palmos y con puntas agudas y con el otro a modo de bastón se le golpea para ver quién lo lanzaba más lejos». En Teruel, el juego se conocía como picaña y tiene variantes, incluso con paleta, a las que llamaron tara, o tala, coto y de otras maneras más.

Zaragoza morruda

A la vez que el Ayuntamiento constitucional prohibía jugar en la calle a la estornija, los zaragozanos con posibles podían permitirse ‘Delikatessen’. Así, en la calle de la Cedacería, número 8, se vendían perniles dulces de calidad superior, chorizos de Vich y Extremadura, quesos de Olanda y Gruyera (sic), manteca salada de Flandes, barrilitos de olivas sevillanas y judías «de la misma huerta de Valencia». Cerquita del Mercado. Zaragoza siempre fue una ciudad sabia.

Lo que no puede decirse de esos hijos suyos a quienes en la calle se les iba la chaveta fuera de control.

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