Y la luz no se hizo

Una de las antiguas bombillas de filamento.
Una de las antiguas bombillas de filamento.
Oliver Duch

No nos enteramos de cuánta electricidad estamos gastando hasta que, susto y disgusto, nos llega la factura del mes pasado.

Cuando ya no hay nada que hacer, salvo pagar. Por otro lado, los gurús de los cachivaches ‘inteligentes’ y de la ‘internet de las cosas’ nos cuentan que estamos de enhorabuena porque ya podemos darnos el lujo de encender el televisor en nuestro cuarto de estar mientras estamos tirados en la playa a cientos de kilómetros. Para apagarlo después. Vamos a ver, ¿no sería más propio de seres inteligentes aplicar un poco de esa maravillosa tecnología para que los ciudadanos pudiéramos saber en tiempo real cuánta electricidad estamos consumiendo? Que en el teléfono móvil tuviésemos una aplicación, conectada telemáticamente a contadores, enchufes y cables, que nos indicase en cada momento cuánto estamos gastando en la vitrocerámica, en el aire acondicionado, en la tele o en la lamparita de la mesilla. Seguro que si tuviésemos al instante esa información ahorraríamos mucha más energía que quitándonos la corbata o los calcetines. Porque tendríamos la posibilidad de hacerlo. Que ahora no tenemos porque, paradójicamente, en cuanto al consumo de luz, estamos a oscuras hasta que llega la dolorosa y ya no hay remedio. En lugar de marear perdices y apagar escaparates, lo que podrían hacer nuestros gobiernos, en comandita con las empresas eléctricas y las tecnológicas, es proporcionar a todos los hogares los medios de saber con sencillez cuánto, dónde y cuándo están gastando electricidad. A ver si de una vez se hace la luz en la factura de la luz.

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