La doctrina de «una sola China»

La prensa china destaca estos días la tensión en torno a Taiwán.
La prensa china destaca estos días la tensión en torno a Taiwán.
Tingshu Wang / Reuters

La República de China -todavía es ese el nombre oficial de Taiwán- fue uno de los países fundadores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como firmante de la Carta de San Francisco en 1945.

 Los demás signatarios reconocían como representante de China al gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek, que libraba en aquel momento una cruel guerra civil con los comunistas de Mao Zedong. En 1949, los comunistas se hicieron con el control de todo el territorio continental de China, pero, carentes de flota, no ocuparon la isla de Taiwán, donde se refugió y mantuvo Chiang su gobierno, con capital en Taipéi.

Conviene subrayar que ni Mao ni Chiang tenían ningún aprecio por la democracia ni por el Estado derecho ni por los derechos humanos. De manera que, a partir de 1949, tanto la China continental (República Popular China) como Taiwán (República de China) cayeron bajo sendas dictaduras. Si bien la evolución política de Taiwán, a partir de los años ochenta, al hilo de su desarrollo económico y bajo la sombrilla de Estados Unidos, supone uno de los éxitos de la democracia en Asia.

Taiwán fue internacionalmente reconocida como China hasta el año 1971, cuando, por la resolución 2758 de la Asamblea General, fue expulsada de la ONU y su ‘asiento’, entregado a la República Popular. Solo hay dos casos de países expulsados de la ONU, el de Taiwán y el de Yugoslavia, que se produjo en 1992, cuando ya había dejado de hecho de existir.

El caso es que hoy en día únicamente trece países -el mayor de los cuales es Paraguay- mantienen relaciones diplomáticas normales y plenas con Taiwán. Otros muchos mantienen la relación mediante misiones comerciales y culturales sin rango diplomático. A medida que se hacía notar en el mundo el peso de la República Popular, con sus 1.400 millones de habitantes, Pekín exigía a quienes querían establecer relaciones diplomáticas con la China continental que las rompiesen con Taiwán.

De manera que puede decirse que, aunque Taiwán actúa en gran medida, sobre todo en las cuestiones comerciales, como un país, la comunidad internacional no reconoce a la isla como un Estado independiente. Tácita o explícitamente, todo el mundo acepta la doctrina proclamada por Pekín de que existe «una sola China», avalando la idea de que algún día habrá de producirse la reunificación. Que dada la diferencia de tamaño y población entre la China continental y la isla, solo cabe entender como integración de esta en aquella. Esto no significa que ni el derecho internacional ni la comunidad de naciones puedan legitimar una acción violenta de Pekín sobre Taiwán, pero sí supone un marco jurídico y político que avala la reivindicación territorial de la República Popular sobre la isla.

En 1972, un histórico viaje del presidente norteamericano Richard Nixon a Pekín sirvió para que Estados Unidos y la China comunista establecieran relaciones diplomáticas, tras veinticinco años de hostilidad, dándole un vuelco, en favor de Occidente, al tablero de la Guerra Fría. El acercamiento entre Washington y Pekín tuvo un punto culminante en el comunicado de Shanghái del 27 de febrero de 1972, en el que Estados Unidos aceptaba explícitamente la doctrina de «una sola China», si bien confiaba en que la reunificación sería pacífica y de común acuerdo entre Pekín y Taipéi. Washington sigue oficialmente manteniendo esa posición.

Henry Kissinger, que fue consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos y secretario de Estado con Nixon e intervino muy directamente en aquel viaje, ha contado en alguna ocasión una anécdota significativa. En una reunión que mantuvo con Mao Zedong en aquellos años, el líder chino enfatizó la importancia máxima que la recuperación de Taiwán tenía para su gobierno. Pero al mismo tiempo, Mao le dio a entender a Kissinger que no tenía prisa, que Pekín podía esperar cien años a que la reunificación se cumpliese. Cincuenta años después, es posible que los actuales dirigentes chinos estén un poco más impacientes.

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