Por
  • Cecilia de Navascués Benlloch

Del lince al yaguareté

Félix de Azara retratado por Goya.
Félix de Azara retratado por Goya.
HERALDO

Hace unas semanas estuve cantando, con la ‘schola gregoriana’ a la que pertenezco, en la iglesia de Santa Cecilia, en la localidad italiana de Acquasparta, señorío de la familia Cesi durante siglos. Habíamos sido invitados a participar en el festival Federico Cesi, que se celebra anualmente desde hace tres lustros y rinde tributo al aristócrata naturalista fundador de la ‘Accademia dei Lincei’ (Roma, 1603), considerada la primera sociedad científica moderna. De vocación internacional y multidisciplinar, el segundo duque de Acquasparta, Federico Cesi, la fundó a los dieciocho años con tres amigos eruditos y escogió el lince como nombre y emblema de la comunidad bajo la máxima ‘Sagacius ista’, en alusión a la visión aguda y penetrante del felino, que los miembros de la asociación debían imitar y superar. Visionario, autodidacta y devoto de la historia natural desde muy temprana edad, Cesi fue firme partidario de aplicar la observación directa y el método empírico al conocimiento de la naturaleza, y de propagar los resultados por medio de la palabra y la escritura.

Siglos más tarde, fruto de un espíritu similar y en gran parte autodidacta como Cesi, el ilustrado y naturalista aragonés Félix de Azara creyó que no debía privar de sus observaciones a los curiosos y a los sabios, y la publicación de sus estudios de campo en la América meridional sobre aves, cuadrúpedos y otras materias causó impacto entre la comunidad científica europea por su rigor y meticulosidad. Gracias a este esmero se permitió rebatir ciertas creencias sobre la disminución del tamaño de los animales en el continente americano o sobre su incapacidad para producirlos de la estatura de los del antiguo mundo. «Por lo que a mí toca -afirma Azara-―observo que mi ‘yaguareté’ («verdadera fiera», nombre del jaguar en guaraní) es el más fuerte de toda la familia de los gatos, y que él a ninguna otra cede en tamaño.» Y no abandonamos América, pues al empeño personal de Cesi y al esfuerzo colegiado de los Linceos debemos una interesante y accidentada edición (de 1603 a 1651) de ‘Tesoro mexicano’, título que recibe el tratado sobre flora, fauna y farmacopea de Nueva España realizado por Francisco Hernández, protomédico de Felipe II y director de la primera expedición científica al Nuevo Mundo (1570-1577).

En tiempos de Carlos III se quiso hacer una nueva edición de la obra de Hernández, al encontrarse sus manuscritos en el Colegio Imperial de Madrid, y se encomendó al diplomático José Nicolás de Azara (hermano mayor de Félix), destinado en Roma, la gestión de localizar los materiales que se habían empleado en la edición de los Linceos. En referencia a la iniciativa académica del duque, decía el embajador Azara que «allí se cultivaban todas las ciencias y, en particular, las Matemáticas y la Física. Sus jardines eran escuelas de Botánica, y suplía con generosidad sin igual cuantos gastos ocurrían para instrumentos, experiencias y ediciones de libros». Lo cierto es que, en poco tiempo y superada una primera etapa adversa, la nueva academia había concitado la adhesión de otros pioneros de la ciencia, como Giambattista della Porta y Galileo Galilei. De la mano del científico pisano, los Linceos introdujeron el microscopio y el telescopio en sus investigaciones, y en 1625 publicaron ‘Apiarium’, que recoge observaciones al microscopio de las abejas. La academia se fue apagando tras el fallecimiento de su príncipe fundador en 1630. Los restos mortales del segundo duque de Acquasparta descansan en la capilla familiar de Santa Cecilia, bajo la inscripción ‘Federico Cesi Principe dei Lincei’.

Era el primer concierto de nuestra gira por Italia y cuidábamos del más pequeño detalle, conscientes de que eso es la antesala de los grandes logros, o quizá alcanzados, sin saberlo, por el lema que acuñó Cesi para su institución: ‘Minima cura si maxima vis’ (cuida el detalle si quieres lo mejor). Al día siguiente teníamos cita en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

Cecilia de Navascués Benlloch trabaja en el Instituto de Salud Carlos III de Madrid y fue comisaria de la exposición ‘Félix de Azara. Naturaleza y medicina (1742-1821)’, que tuvo lugar en la sede de la Real Academia Nacional de Medicina

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