Indulgencia

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La semana pasada critiqué aquí que el Real Zaragoza no fichara a un jugador porque, en 2013, siendo adolescente, dijo en un tuit que le daba "asco" dicho club. 

Advertí la indefensión de aquel menor, que hoy paga por un acto infantiloide, y sostuve que la afición, oídas sus disculpas, lo hubiera acogido.

Respecto a la última afirmación, pese a que he recibido opiniones disconformes, hoy voy más allá y me atrevo a aventurar que las personas opuestas al fichaje, por ser las más apasionadas y sentimentales, en cuanto hubieran visto al chaval en La Romareda con la zamarra del equipo, hubieran sido las que más lo apoyaran. De hecho, no es infrecuente que de inicios y relaciones difíciles surja una figura muy apreciada por la afición. Es una pena que Gaizka Campos no haya tenido la oportunidad de lograr algo así, como sí la tuvo Saulo de Tarso, azote de mártires, para convertirse en san Pablo. Y qué pena que el Real Zaragoza no admitiera al muchacho que llegaba con ánimo de reconciliación. Si el deporte deja de ser propicio para estas maravillas, mal asunto.

Digresión final, con su moralina: los ceros y unos, los ‘me gusta, no me gusta’ y el todo o nada, bit a bit, están desintegrando los matices, la moderación y la indulgencia, que resisten en el común de la gente, pero no tanto en los centros de decisión, más expuestos a la influyente vigilancia ‘canceladora’. Por eso, la caída del caballo, la blanca luz cegadora, el "¿por qué me persigues?" en la voz del Cristo y tres días de ceguera en Damasco, de nada le servirían hoy al converso. Se consideraría todo un montaje.

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